Hoy nos hemos desayunado con la noticia de una posible nueva subida de impuestos. Es un modo sublime de meternos miedo en el cuerpo. Después, tal vez sí, tal vez no. Con unos gobernantes que andan buscando la luz con una vela, sabemos que puede suceder de todo.
Pero tratándose de recaudar, lo más seguro será que sí. Es la ventaja que tiene el gobierno, que si los ingresos menguan, sube los impuestos y nivela la balanza de pagos. En situación similar, la empresa privada estrecha un agujero más el cinturón, porque si incrementara sus precios, tendría que cerrar.
Eso de subir los impuestos son claros signos de que la economía ranquea, y hasta cierto punto uno entiende que para mantener los servicios tengamos que aportar un poco más, pero lo que no es tan comprensible es que ese incremento sirva para seguir disparando con pólvora del ciudadano.
Consecuencias: que dispondremos de menos capital, que tendremos que privarnos de algún que otro capricho, y también de algún producto de necesidad. En suma, que seremos más pobres.
Un panorama que no será para todos por igual, claro está, porque la casta que nos gobierna tiene sus privilegios.
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