Los niños son muy ricos, son una preciosidad, son un don del cielo... ¿quién no ha escuchado alguna de estas frases, o parecidas, en más de una ocasión? ¿Y quién no ha expresado algo así como: "qué guapo es. Se parece a su..." aunque el niño sea feo y no tenga ningún rasgo de sus progenitores?
Lo peor, no obstante, llega cuando ese niño que es una bendición y no tiene ningún parecido con... ha crecido y allá a donde va con sus padres se comporta como un salvaje, las más veces con el beneplácito de sus creadores, ¡oiga! y no se atreva usted a insinuar que no está bien lo que está haciendo el pequeño energúmeno, porque si lo oyen los padres es posible que usted tenga que soportar una lluvia de insultos o como mínimo una acalorada discusión.
El chico, de continuar así acabará rompiendo la silla.
¡Y a usted que le importa! ¿Acaso es suya?
Pero usted puede evitarlo no diciendo nada, o mirarando hacia otra parte, o simplemente mentir y exclamar con una amplia sonrisa: "Ay, qué niño más mono".
Y es que en nuestra sociedad se ha instalado el principio de que los niños son intocables y por lo tanto les está permitido todo.
Y que nadie ose reprenderlos porque si no, estará enfrentándose a lo políticamente correcto.
¡Qué barbaridad!
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