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martes, 16 de marzo de 2010

DICTADURAS

A finales de los años sesenta el comercio que España mantenía con el resto de Europa se limitaba a artículos que solamente el estado manejaba a gran escala con otros estados y, gracias a la emigración que fue quien abrió la demanda, comestibles y vinos.

Era la época que en España se iniciaba la bonanza y que todo apuntaba a que ésta no iba a acabar nunca. Las puertas del comercio se abrían a un mercado en el que estaba todo por hacer, y eso daba muchas esperanzas, al tiempo que prometía un futuro espectacular.

Por esas casualidades que uno no sabe muy bien cómo ni por qué le llegan en la vida, yo me encontré en medio de esa vorágine de espectativas e ilusiones. El caso es que me vi promocionando el cava Freixenet en un país de costumbres austeras en cuanto a vinos espumosos como era Suiza, y donde el nombre de la tan renombrada firma, allí era totalmente desconocido.

Pero como la constancia lleva al éxito, el producto consiguió ganar mercado y en muy poco tiempo las ventas ya eran cuantiosas. Inimaginables dos o tres años antes. Y hoy las características botellas de Freixente se encuentran en todas las tiendas de Suiza.

Algo parecido me sucedió en Austria. Y mis compañeros en Alemania otro tanto de lo mismo.

Tras el éxito alcanzado hicimos contactos en diversos países de la órbita soviética, Checoeslovaquia, Hungría, Polonia, con la intención de dar a conocer el prestigioso Freixenet también allí, pero fueron tantos los inconvenientes administrativos con los que tropezamos (y tantas las exigencias de los funcionarios) que la aventura se quedó en intento solamente.

Con esa experiencia tan esclarecedora conocimos de primera mano las diferencias que existen entre el mercado libre y el dirigido por el estado, donde los funcionarios son un fondo de corrupción, que solamente miran por sus beneficios personales, mientras cercenan al pueblo cualquier posibilidad de adelanto y mejora.

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