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jueves, 11 de marzo de 2010

11 DE MARZO DE 2004

Ante un asesinato, una de las primeras preguntas que se plantea el criminólogo es quién sale beneficiado, y en el caso de la masacre del 11-M quedó bien claro quién salió perjudicado, que no siendo lo mismo, vendría, no obstante, a dar la respuesta al investigador.

Durante las primeras horas del siniestro, todos, pero todos, se apresuraron a señalar a ETA como único culpable.

En esos primeros momentos, nadie lo puso en duda. Y es que había motivos para no dudarlo. Pensemos, si no, en la furgoneta cargada de explosivos que interceptó la GC en la provincia de Cuenca camino de Madrid pocos días antes.

Pensemos también que dos meses antes ETA estuvo a punto de hacer volar unos trenes en la estación de Chamartín y gracias a la intervención de la GC en el último momento, se pudo evitar la catástrofe.

O sea, había suficientes motivos para pensar que el autor de la masacre del 11-M no era otro que ETA.

Pero casi de inmediato entraron en escena los políticos que, típico de esta tropa, comenzaron a marear la perdiz aportando otras suposiciones que, tristemente, hasta hoy no han quedado totalmente aclaradas. Es más, entretanto han aparecido indicios que señalan de nuevo a los del principio.

Estoy convencido que llegará el día que se sabrá con certeza si ETA tuvo algo que ver en aquella masacre o no, pero mientras existan dudas; mientras no quede todo aclarado y bien aclarado, la imaginación, que es ligera y más que correr vuela, nos inclina hacia las más descabelladas suposiciones, que es lo que sucede cuando no se habla con claridad.

Y seguro que alguna de ellas se mostrará como realidad.

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