El espiritu cainita que llevamos dentro cada uno de nosotros los españoles se refleja continuamente en un sin fin de ejemplos, lo que ocurre es que no nos damos cuenta porque la fuerza de la costumbre no nos deja ver los pormenores. O sea, por estar metidos en el fango hasta las cejas, no nos enteramos que podríamos vivir mejor si estuviéramos libres de toda esa rémora que nos impide dar un paso.
Puede ser que eso de desear el mal del adversario sea condición humana, pero nosotros, diferentes que queremos ser, lo elevamos al cuadrado. Y en los casos particulares cada uno sabrá lo que sufre al ver que a su hermano o a su vecino le ruedan bien las cosas, pero las muestras que van dejando los personajes públicos, sinceramente, claman al cielo.
Ahí tenemos, si no, a los dos grandes partidos que antes de llegar a un acuerdo entre ellos para bien de todos nosotros, prefieren negociar con aquellos que no se reconocen españoles y pagar elevadísimas facturas, en cesiones, en prebendas o en dinero, no importa. Lo importante es no dar una oportunidad al adversario.
En ocasiones, hasta hay quien está dispuesto a quedarse ciego con tal de que el de enfrente se quede tuerto. Así de brutos somos.
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