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sábado, 5 de junio de 2010

LA CASTA

Estamos en plena temporada del IRPF, ese invitado que cada año se nos cuela en casa sin llamarlo y nos recuerda que los políticos también viven y que de alguien tienen que vivir.

Por mi parte siempre he defendido que los impuestos son necesarios si queremos que nuestro país se mantenga en esos puestos de primera línea que a todos nos gusta presumir cuando de compararnos con los vecinos se trata.

Pero, qué desencanto cuando uno se entera que precisamente los que mejor viven son los que menos colaboran. Me refiero a la casta, sí, esos intocables que además de disfrutar de unos ingresos que avergüenza a los humildes, su aportación a las arcas de Hacienda es pírrica.

Y no contentos con cobrar sueldos astronómicos, se distribuyen además una serie de añadidos, que sumando doblan el salario, o lo triplican. Amén de prebendas, ventajas, regalos, influencias, colocación de familiares, amigos, adeptos... un rosario inacabable de beneficios que, casualmente, siempre caen en casa.

Con tantos privilegios, pues, como disfruta la casta, es fácil entender que a algunos de los humildes, no solamente se les encienda la sangre, sino que procuren ocultar pequeñas partidas al fisco.

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