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viernes, 11 de junio de 2010

DECADENCIA

Nos cuentan los mayores que en su juventud escuchaban en la escuela algo así como que Dios había puesto sus ojos en España regalándonos a los españoles un clima donde el campo podía abastecernos con holgura. Y a continuación esas voces añadían que para conseguirlo había que trabajar, porque a las bienaventuranzas del Supremo había que ayudarlas.
Y con ese esfuerzo llegamos al bienestar. Y seguidamente a olvidarnos que habíamos sido pobres. E inmediatamente después a creernos que esa vida placentera que disfrutábamos no tenía fin.

¿Y qué otra cosa no es el bienestar sino esforzarnos poco? Y ahora, tras las horas de holganza, llegamos al declive.

¡Ah! Pero, ¿quién es el atrevido que acepta haber iniciado la pendiente de la decadencia?

No nos extrañe, pues, que todavía vayamos por la vida intentando ocultar nuestras miserias y dándonoslas de señores sin premuras económicas.

Claro que, a lo peor, esa actitud no es del todo mala, si pensamos que la situación actual aún es aceptable frente a lo que todavía nos queda por ver.

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