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jueves, 1 de abril de 2010

PENA DE MUERTE

Mi amigo decía que él está totalmente en contra de la pena de muerte, y que ningún hombre tiene el derecho de ejecutar a otro, por muy criminal que éste sea.

Lo que no quiere decir, añadía acto seguido, que también esté en contra de un castigo, y por supuesto ejemplar, porque quien infringe la ley tiene que correr con las consecuencias.

Y así como parecía al principio que su posición frente al criminal era permisiva y hasta blandenque, a medida que se adentraba en argumentos iba dejando bien claro que de eso nada, porque tan mal le parecía el castigo de la pena de muerte como que un malhechor, por motivos de leyes equivocadas, se burlara continuamente de la sociedad.

Y es que resulta evidente que muchos de ellos se ríen de la autoridad y de todos nosotros. Entre atenuantes, consideraciones, remordimientos del legislador, y no sé cuántos sentimientos más que se ponen en juego, los setecientos años de condena se convierten en veinticinco, y con un poco de suerte los últimos diez de permiso durante el día.

Y oiga usted ¡En qué condiciones cumplen las condenas! Parece más que estén en un hotel de vacaciones que otra cosa.

No digamos de aquellos cafres que por considerarse sus delitos de tamaño menor, nunca llegan a ser arrestados.

Y ante tanto despropósito mi amigo, implacable, seguía diciendo que fue un error eliminar los trabajos forzados como castigo, según él ejemplar, porque de ese modo devolvían a la sociedad parte de los daños que habían causado.

Tal vez no le falte razón a mi amigo.

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