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domingo, 18 de abril de 2010

INSTITUCIONES

La pendiente de descrédito que iniciaron las instituciones españolas hace ya unos años ha ido precipitándose hasta llegar al punto de lo obsceno.

En realidad creo que en España las instituciones nunca han disfrutado de buena imagen entre la población, pero últimamente parece que, al igual que los cerdos que se revuelven en su pocilga la mar de contentos, nuestros representantes se encuentren en su ambiente ideal cuanta más mierda les rodea.

Podemos mirar en la dirección que queramos, que solo tropezaremos con el descrédito.

Falta de honradez, egoismo, desinterés por los problemas que acucian a la población, corrupción, mentir, prevaricación, incultura, falta de miras éticas, soberbia, falsos testimonios... y muchas más virtudes de esta índole son las que observamos los ciudadanos en nuestros políticos.

Con esas características no es extraño, pues, que entre ellos se haya asentado el proceder de no asumir ninguna responsabilidad de sus actos, y cuando se les pide explicaciones la inmediata es no responder, como sería su obligación por los cargos que ostentan, sino echar en cara a los adversarios que ellos son mucho peor. Es una defensa mezquina, pero a los políticos parece que les funciona muy bien.

Y así parece, a juzgar de lo anchos que se quedan tras sus bravatas. Lo peor es que no salen de esa guerra dialéctica. Y como es lo que vemos cada día, uno se pregunta: ¿será por eso que para medrar en política solo hace falta mucho desparpajo?

Y mientras tanto, el hombre de a pie, olvidado y vilipendiado, que, unas veces decepcionado y otras cabreado, se queda a la buena de Dios, y se pregunta: ¿y de lo mío qué?

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