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domingo, 7 de febrero de 2010

AL DIA

Me contaba un vecino que suele ir a menudo a la ciudad en autobús, la cantidad de conversaciones que, sin pretenderlo, escucha continuamente.

No siempre es igual, pero dice que a veces se encuentra muy incómodo cuando, de pronto, ve que su vecino, del modo más natural echa mano del teléfono y sin reparar en nada más, como si estuviera en la intimdad de su casa, inicia una conversación en la que, sin comerlo ni beberlo, se siente involucrado, como cómplice, sin saber a dónde mirar...

"...Pues, no te creas, porque anoche ya le dije que estoy harto, que cualquier día le doy un par de hostias..."

Claro que el relato no siempre es apabullante, aunque, dice mi vecino que no sabe qué es peor...

"...Sí, sí, la rubia, esa que conocimos el viernes pasado... pues resulta que se llama Carmela y, oye, en la cama se revuelve... no te imaginas..."

Otras veces, mi vecino me cuenta que igual se entera de los formidables días de vacaciones que pasó en Cancún su vecino de autobús, como que otro día tiene que escuchar de su acompañante involuntario lo mal que lo está pasando y el agobio que siente ante el acoso del banco porque no puede hacer frente a los recibos...

Mi vecino, que es un hombre mayor, no comprende el desparpajo que emplea mucha gente, y al mismo tiempo la indiferencia hacia los demás. A él, desde luego, y me lo cuenta muy enfadado, le parece una falta de respeto.

"A ninguno de todos esos les gustaría que entrara un desconocido en su casa para interrumpir su intimidad, ¿no? ¿por qué, entonces, obligan a los demás a tener que compartirla.... cuando les apetece a ellos?".

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