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viernes, 3 de junio de 2011

LOS PEPINOS

Parece ser que hemos superado el bache y ya pocos hablan de los pepinos. Ahora surgen por doquier las voces, mudas durante la semana de la crisis, criticando a los alemanes de xenófobos y cosas peores, exigiendo reparaciones, económicas sobre todo, y, naturalmente, con el orgullo herido.

Estas mismas voces, que no han dicho ni mu al respecto en todo este tiempo, quieren hacernos creer que la crisis se ha acabado gracias a su esforzado entusiasmo para acabar con ella, como si no hubiéramos presenciado su ocupación en otros menesteres más locales y exclusivamente personales tras el varapalo que recibieron el veintidós de mayo.

Para mayor bochorno de estas criaturas que dicen dirigir los asuntos de sanidad, exteriores y consumo, han sido los mismos alemanes, y por eso nos hemos enterado, quienes han reconocido su error cuando los resultados de los análisis lo han demostrado. Cosa que tenían que haberse apresurado a demostrar desde el primer día esas ministras mencionadas, y no esperar a que lo hicieran los mismos alemanes que, por cierto, caso de haberse producido toda esta historia a la inversa, ¿hubieran confesado un error así nuestras representantes?

Somos muy dados a sentirnos dolidos cuando algo no se acomoda a nuestros deseos, y entonces el orgullo sale dando coces.

Es un grandísimo error pensar y actuar de esa manera. Y mayor error aún tildar a los alemanes de xenófobos respecto a los españoles, porque no olvidemos que desde hace más de cincuenta años vienen en tropel de vacaciones a España, invierten mucho dinero en nuestro país y en sus casas confortables en esas zonas septentrionales, consumen nuestros productos con la misma asiduidad que lo hacemos nosotros.

Es cierto que hubo un desliz de una concejal alemana que nos ha perjudicado mucho económicamente, pero eso no quita para que nuestras autoridades se durmieran, y cuya única defensa haya sido criticar ese desliz, tachar a todos los alemanes de xenófobos, pedir indemnizaciones, que eso sí sabemos hacer bien, y no haber movido un solo dedo para frenar el desastre desde el primer momento de conocerse.

Los políticos que no reconocen sus errores suelen salir a voz en grito a criticar a los demás. Es una forma de despistar al ciudadano, y confían que el despiste sea amplio suficiente para que nadie se fije en su mezquindad.

A veces lo consiguen.

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