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sábado, 25 de junio de 2011

LA CRITICA

- Hay que ver lo criticones que somos – decía Cesar a su amigo Joaquín mientras tomaban una cerveza.
- No sé por qué dices eso. Yo no suelo criticar a nadie – respondió éste con cierta indiferencia.
- Eso de que no criticas a nadie vamos a dejarlo. Lo que pasa es que se ha convertido en algo tan cotidiano que ya no nos damos cuenta. Si no lo crees, piensa cuántas veces al día decimos, y además con la mayor naturalidad del mundo, la corrupción que impera en la clase política.
- ¡Hombre, es que son unos corruptos! Y no solamente los políticos. La corrupción anida en la justicia, en las instituciones, en las empresas estatales…
- ¡Efectivamente! Eso es lo que te estaba diciendo – convino Cesar, al parecer queriendo seguir su planteamiento – que criticamos y no somos conscientes de que lo estamos haciendo.
- Para mí que eso no es criticar. Son hechos. Algo que estamos viendo todos los días. Escándalo tras escándalo. Descaradamente… Es que ya ni se ocultan.
- Pues para mí, sí. Eso es criticar. Y en grado sumo – insistió Cesar.
- Bien, como tú quieras – accedió Joaquín sin ganas de seguir discutiendo.
- Me alegra que lo reconozcas, porque así puedo continuar. En realidad, lo que quería comentar es que de la misma manera que criticamos sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo, sucede con el hecho de la corrupción, que vemos lo corrompida que está la sociedad sin percatarnos de que formamos parte de esa misma sociedad que criticamos.
- Sí, pero no me dirás ahora que todos somos corruptos – atacó Joaquín con trazas de sentirse molesto – porque compararnos con esos que se hacen ricos de la noche a la mañana solamente por haber asumido la concejalía de algún pueblo es algo más que atrevido: es exagerado.
- Pues, a mí no me lo parece, y es lo que pretendo hacer.
- Corta, corta, que te estás desmadrando.
- No tanto. Escúchame. La tentación la llevamos todos dentro, y todos hacemos lo que podemos para darle satisfacción y calmarla. Los magnates, esos que se mueven por el mundo con camisa blanca, cuyo sonrosado cuello les rebosa de papada y que viven en el máximo lujo a ritmo de gasto astronómico, no se meten por cuatro perras. Sus operaciones son de escándalo cósmico. O sea, que queda dentro de su nivel. En cambio, un descamisado que apenas gana para llegar a fin de mes, en su mediocridad se limita a robarle a su jefe una herramienta o unos simples botones. Y entre esos dos extremos hay de todo, o, ¿qué entiendes tú cuando, por ejemplo, un empleado le dice a su compañero: Oye, ficha por mí que voy a comprar tabaco e igual me retraso un poco? O quien en horas de trabajo se distrae con el correo electrónico para asuntos privados…
- Mira, Cesar. Creo que te excedes. Eso es llevar la situación al esperpento.
- Es probable. Pero también es más que posible que todo sea cuestión del abuso de la oportunidad, que a mi entender no perdona el sentido de corrupto.
- Lo dicho. Creo que te has pasado unos cuantos pueblos.

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