"Gana fama y échate a dormir", reza el refrán. Pero a mí nunca terminó de gustarme la expresión. Ganarse una reputación cuesta mucho, y si nos echamos a dormir, es posible que por inercia mantengamos la buena imagen durante un tiempo, pero solo durante un tiempo.
Y esto es tan válido para la persona como para cualquier empresa, organización o sociedad. Sirve tanto para la iglesia como para un partido político, para un empresario como para una organización de caridad.
Lo suyo es trabajar duro para ganarse la credibilidad, y después continuar trabajando duro para mantenerla, pero al parecer, actualmente la sociedad no está por la labor. Queremos resultados inmediatos y con el menor esfuerzo.
No es de extrañar, pues, que organizaciones antiguas y con mucha solera, estén pasando por un momento de desaliento. Es el ejemplo de la iglesia, y también el de cien años de honradez, que se oía decir no hace mucho, que no ahora, cuya credibilidad ha caído a ras de suelo.
Los malos ejemplos debilitan a marchas forzadas el buen nombre, y aunque se repita insistentemente lo contrario, la credibilidad no se recupera con triquiñuelas, embustes y engaños.
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