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domingo, 3 de febrero de 2013

UNANIMIDAD por Salvador Moret


Esta palabra me estremece.
Todos hemos visto en más de una ocasión esos masivos desfiles, militares las más veces, que nos presentan países con fuertes presiones sociales y de partido único; de pensamiento único.
Actualmente Corea del norte es probablemente el más representativo; también China. Y uno que dejó una triste historia con sus muestras de poderío militar y que tan a menudo vemos en reportajes del pasado reciente, fue la Alemania nacionalsocialista de Hitler. ¡Qué perfección de conjunto! – podríamos decir si obviáramos lo que escondía.
A mí se me pone la carne de gallina cuando veo esos reportajes. Me asusto y me desmorono moralmente. La unanimidad; el pensamiento único es la mejor muestra de la intolerancia de los que lo defienden, porque es bien conocido que no hay dos personas que piensen idénticamente. Es el respeto a lo diferente lo que convence al hombre libre.
Las dictaduras, con su pensamiento único y el 99,9% de la población apoyando al estado, crean subordinación, encorsetan las mentes de los ciudadanos y arruinan el futuro de sus pueblos.
Pero también es sabido, y la experiencia nos lo ha demostrado muchas veces, que ese porcentaje tan elevado de adhesión al estado jamás ha sido cierto, excepto en aquellos cuentos infantiles que nos contaban de un rey justo y querido por todo el pueblo, y cuando fallecía todos, y todos sinceramente, lloraban al monarca.
Esa calma social que ofrecen las dictaduras es ficticia, porque lo primero que surge para protegerlas son las prohibiciones. Y solo con una represión fuerte, dura e implacable, a veces inhumana, es posible conservar.
No todos viven mal en los estados de pensamiento único, claro que no. Y hasta los hay que se hacen ricos. Pero hay que tener mucho estómago para medrar en esas circunstancias. Y por supuesto, saber mirar hacia otro lado.
Cuando por fin acabó el régimen nacionalsocialista de Hitler, pocos alemanes reconocían saber lo que ocurría en los campos de exterminio, y es cierto que las autoridades supieron llevarlo escondido, pero nadie, o muy pocos se preguntaban qué sucedía con aquellos vecinos que de la noche a la mañana desaparecían del barrio y nunca más volvían a verles. O con aquella familia que ostentaba un pequeño negocio al que iban a comprar asiduamente. Un día se encontraban el negocio cerrado y, sin hacer preguntas buscaban otra tienda donde abastecerse.
Eso sucedía a diario en cada ciudad, en cada barrio, en cada pueblo. Y nadie se escandalizaba por esas desapariciones. Eran judíos; tal vez de tendencia homosexual, o gitanos; o simplemente con alguna tara física.
Es lo que tiene el estado de pensamiento único. Los que saben nadar en aguas putrefactas siempre tienen presente lo importante que es pasar desapercibido y no oponerse a los criterios del régimen. Son los que posteriormente dirán: con ellos, yo vivía bien.
Como tantos alemanes a los que durante la guerra nunca les faltó la mantequilla y no tuvieron motivos para criticar a Hitler y su régimen.
También en España, durante la dictadura se oía decir: no te metas con el gobierno y vivirás tranquilo. O lo que es peor: arrímate a buen árbol y tendrás sombra.
¿Será por eso que hoy tenemos los gobernantes que tenemos?

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