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martes, 12 de febrero de 2013

LA VISITA por Salvador Moret


Gerardo leía el periódico mientras Geles, su mujer, terminaba de arreglarse. Tenían tiempo. La cita era a las doce y media, y todavía eran las nueve y media. Gerardo había hecho los cálculos: una hora de trayecto y unos cuantos minutos de propina por si el tráfico venía cargado, total, con salir de casa poco más de las once, llegarían con tiempo suficiente.
El día amaneció radiante, y para emplear el tiempo, Gerardo salió al jardín a limpiar un poco de maleza crecida tras las lluvias de las últimas semanas. Su obesidad, y también sus años, no le permitió permanecer mucho rato en su pasatiempo antaño favorito, y antes de una hora se dispuso a arreglarse. Él terminaba en pocos minutos.
-          Mientras te duchas llamaré a Pepa para recordarle que mañana les esperamos en casa – apuntó Geles mientras marcaba el número de su hermana – Serán dos minutos, así que nada más termines podremos marcharnos.
A las diez y media Gerardo se metió en la ducha y calculaba que antes de las once estaría dispuesto para marchar.
Cuando salió de la ducha oyó que su mujer seguía al teléfono. Vaya llamadita – pensó – total, para recordarle que les esperamos mañana. 
Eran las once menos cuarto; en diez minutos habría terminado de arreglarse y contaba que también Geles habría terminado de hablar.
Cuando bajó al salón iban a dar las once. Geles seguía hablando con su hermana, y le pareció entender que hablaban de los Moyas, los amigos con quienes se encontraban hoy. Gerardo tomó el diario y se sentó en el sofá con ligeros signos de impaciencia.
Geles no parecía tener prisa, y, más que hablar asentía.
-          Sí, sí, es cierto – y de pronto soltaba una sonora carcajada. Y esto se repetía una y otra vez.
Debían de ser muy divertidos los comentarios de su hermana, pensó, irónico, Gerardo, quien ya comenzaba a mostrar agitación. Eran las once y cinco minutos. Todavía no era para alarmarse, pero él quería ir con tiempo suficiente, que con el tráfico nunca se sabe. Pero miraba a su mujer y, por lo que parecía, esa conversación no daba muestras de tener fin.
Gerardo se levantó y, nervioso, comenzó a pasear cerca de Geles. Unos minutos más tarde, sin dejar de dar vueltas alrededor de ella y visiblemente enfadado, comenzó a carraspear muy ruidoso, con la única intención de llamar su atención. Y con bruscos ademanes se puso a señalar su muñeca izquierda.
Los aspavientos de Gerardo no parecían impresionar a Geles, que seguía riendo a mandíbula batiente, presumiblemente a costa de los Moyas. Él, por el contrario, cada vez estaba más irritado. Eran las once y veinte minutos.
Sin dejar de mirar el reloj, Gerardo, sudoroso, resoplando y dando sonoras zancadas por el salón, estaba que se salía de sus casillas. Eran las once y media.
Por fin oyó decir a Geles:
-          Está bien, Pepa, tengo que dejarte porque creo que Gerardo está esperándome – Y Geles, risueña, miró a su marido extrañada de su mal humor.
No hablaron hasta estar sentados en el coche, ya con los ánimos calmados.
-          Entonces, ¿ha confirmado tu hermana que vienen mañana?
-          ¡Ah! no hemos hablado de eso.

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