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martes, 12 de febrero de 2013

LA CHAPUZA por Salvador Moret


El paro, ese cáncer que amenaza aniquilarnos, es algo que viene de antiguo, y es posible que ese sea al motivo por el que, a pesar de las cifras escandalosas que ha alcanzado, aparentemente la vida sigue su ritmo normal.
En España, hace ya muchos años que el porcentaje de empleados en paro es muy elevado; nunca lo fue tanto como lo es actualmente, es cierto, pero siempre ha estado por encima de la media europea, y a excepción de una pequeña minoría que verdaderamente lo pasaba mal, la realidad era que en la vida social se notaba poco.
Ahora, el escaso consumo que se aprecia en el comercio nos confirma la merma de ingresos en casa de los trabajadores, pero aun así, no se aprecia tanto como cabría esperar con esas cifras que se barajan de más de seis millones de personas sin producir y sin percibir ingresos dignos.
El motivo de que esa tragedia no se note tanto, probablemente es porque existen varias vías de escape para que la sociedad, empobrecida hasta el extremo de carecer de lo más elemental, no se levante furiosa contra lo establecido. Importante para que se mantenga la calma social es la ayuda que aporta la familia y las instituciones caritativas. Y hay una tercera vía de la que se habla poco, pero que todos tenemos en mente. La palabra que lo define es la chapuza.
¿Quién no conoce a un vecino o a un familiar que figure en las listas de paro y que esté trabajando?
Ha sido siempre así y pocos lo han visto mal. Cuestión, por lo demás, conocida por todos; también por los sindicatos; y también por las autoridades.
Sindicatos y autoridades dicen luchar contra ese fraude, pero las malas lenguas aseguran que no es cierto y que en su fuero interno estas instituciones prefieren no cambiar nada, porque les permite vivir más tranquilos.
Es el círculo que se cierra. Los trabajadores creen engañar al poder, y a éste no le importa mostrarse burlado.
Y esa debe de ser la causa de que no se cambie nada. Porque hay sistemas que podrían acabar con ese escándalo, lo que ocurre es que no hay voluntad, sencillamente porque quienes podrían aportar soluciones son los que prefieren que no cambie nada. ¡Es tan placentero seguir la rutina del día a día sin enfrentarse a incómodos cambios!
En otros países de nuestro entorno, los que han perdido su trabajo han de presentarse diariamente en la oficina correspondiente a sellar la cartulina del paro. Y ojo con despreciar más de dos ofertas. ¿Excesivo? No. Si acaso riguroso, pero eficaz para evitar el engaño.
Es sabido que en estos países ofrecen medias jornadas de trabajo con un sueldo de cuatrocientos euros. Nada para tirar cohetes, pero las cifras de paro están reducidas al mínimo. Y algo importante, la gente tiene una ocupación.
Aquí, en cambio, tanto unos como otros, principalmente los interesados en que nada cambie, lo critican y dicen que eso es un abuso semejante a la época de esclavitud, porque con esos ingresos nadie puede subsistir.
Evidente. Aquí se prefiere ofrecer cuatrocientos euros sin hacer nada, con el añadido, ahora sí, que esos cuatrocientos euros permiten vivir dignamente.
Junto a la chapuza, claro está.

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