El paro, ese
cáncer que amenaza aniquilarnos, es algo que viene de antiguo, y es posible que
ese sea al motivo por el que, a pesar de las cifras escandalosas que ha
alcanzado, aparentemente la vida sigue su ritmo normal.
En España, hace
ya muchos años que el porcentaje de empleados en paro es muy elevado; nunca lo
fue tanto como lo es actualmente, es cierto, pero siempre ha estado por encima
de la media europea, y a excepción de una pequeña minoría que verdaderamente lo
pasaba mal, la realidad era que en la vida social se notaba poco.
Ahora, el
escaso consumo que se aprecia en el comercio nos confirma la merma de ingresos
en casa de los trabajadores, pero aun así, no se aprecia tanto como cabría
esperar con esas cifras que se barajan de más de seis millones de personas sin
producir y sin percibir ingresos dignos.
El motivo de
que esa tragedia no se note tanto, probablemente es porque existen varias vías
de escape para que la sociedad, empobrecida hasta el extremo de carecer de lo
más elemental, no se levante furiosa contra lo establecido. Importante para que
se mantenga la calma social es la ayuda que aporta la familia y las
instituciones caritativas. Y hay una tercera vía de la que se habla poco, pero
que todos tenemos en mente. La palabra que lo define es la chapuza.
¿Quién no
conoce a un vecino o a un familiar que figure en las listas de paro y que esté
trabajando?
Ha sido
siempre así y pocos lo han visto mal. Cuestión, por lo demás, conocida por todos;
también por los sindicatos; y también por las autoridades.
Sindicatos y
autoridades dicen luchar contra ese fraude, pero las malas lenguas aseguran que
no es cierto y que en su fuero interno estas instituciones prefieren no cambiar
nada, porque les permite vivir más tranquilos.
Es el círculo
que se cierra. Los trabajadores creen engañar al poder, y a éste no le importa
mostrarse burlado.
Y esa debe de
ser la causa de que no se cambie nada. Porque hay sistemas que podrían acabar
con ese escándalo, lo que ocurre es que no hay voluntad, sencillamente porque
quienes podrían aportar soluciones son los que prefieren que no cambie nada.
¡Es tan placentero seguir la rutina del día a día sin enfrentarse a incómodos
cambios!
En otros países
de nuestro entorno, los que han perdido su trabajo han de presentarse
diariamente en la oficina correspondiente a sellar la cartulina del paro. Y ojo
con despreciar más de dos ofertas. ¿Excesivo? No. Si acaso riguroso, pero
eficaz para evitar el engaño.
Es sabido que
en estos países ofrecen medias jornadas de trabajo con un sueldo de
cuatrocientos euros. Nada para tirar cohetes, pero las cifras de paro están
reducidas al mínimo. Y algo importante, la gente tiene una ocupación.
Aquí, en
cambio, tanto unos como otros, principalmente los interesados en que nada
cambie, lo critican y dicen que eso es un abuso semejante a la época de
esclavitud, porque con esos ingresos nadie puede subsistir.
Evidente. Aquí
se prefiere ofrecer cuatrocientos euros sin hacer nada, con el añadido, ahora
sí, que esos cuatrocientos euros permiten vivir dignamente.
Junto a la
chapuza, claro está.
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