Buscar este blog

jueves, 15 de noviembre de 2012

TROTAMUNDOS por Salvador Moret


Hacía tiempo que se conocían. Dos tipos, cada uno a su modo, contentos con su trayectoria. Uno, orgulloso, hablaba de sus experiencias por el mundo; todo lo que había visto y aprendido recorriendo lugares desconocidos y exóticos; y la de gente tan diferente que había conocido, ¡qué emoción recordarlo! porque con ellos había compartido acontecimientos de todo tipo, trabajo duro, sobresaltos, angustias, gozos.
A pesar de que en su pasado tal vez hubo más penas que alegrías, no tenía quejas de cómo le había tratado la vida. Las calamidades vividas, de las que aprendió cómo no se deben hacer muchas cosas, le permitieron reconocer las oportunidades, oportunidades que supo aprovechar para la posteridad, y que ahora, en las postrimerías de su vida, le permitían disfrutar de una vejez cómoda y desahogada.
Su compañero, no menos orgulloso, decía que él no había salido nunca del entorno, pero conoció también a mucha gente cuya cualidad y condición, al contrario que su compañero, no era muy distinta a la suya.
Nunca tuvo ese mal vicio de trabajar. Esa costumbre que obliga a un horario estricto, levantarse todos los días a la misma hora, llevar una vida monótona, rutinaria. Eso no lo hizo nunca, porque esas malas costumbres no iban con él.
De muy joven descubrió que para subsistir no era necesario seguir esos caminos tortuosos que tanto amargan la vida a la gente. Es cierto que entre los de su condición algunos lamentaban no tener acceso al confort que disfrutaban otros, y buscaban caminos para conseguirlo, pero él, que por aquellos tiempos no deseaba más de lo que necesitaba, durante muchos años se limitó a disfrutar de la vida. Una vida sin obligaciones, sin compromisos.
Después observó que ciertos compañeros no tenían que obligarse mucho para lograr los recursos restringidos a otras clases, y optó por abrazar sus costumbres.
Era muy sencillo su cometido, y no le obligaba a horarios ni obligaciones, que era lo que le hubiera hecho desistir, sino que consistía en pegar pequeñas pegatinas por los barrios de la ciudad.
Nunca se planteó las repercusiones que causaba su cometido en terceras personas, hasta ahora que, con cierta amargura e inquietud le contaba a su compañero sus temores de que otros siguieran sus pasos. Y así, dos veces al día, salía a la puerta de su casa a despegar las pegatinas que veía en los alrededores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario