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domingo, 11 de noviembre de 2012

LA ESCISIÓN por Salvador Moret


Aquellas reivindicaciones de los catalanes que comenzaron hace algunos años como un juego, algo así como un tanteo, medio en broma medio en serio, en los últimos meses se han tornado cosa seria. Tanto es así que el Ebro se ha convertido en una brecha. Una brecha que se agranda por días.
No es extraño oír expresiones en las que subyace la separación. Nosotros – vosotros. Los catalanes y los españoles. Lo que ha traído un enfrentamiento grotesco, dañino e infructuoso.
Fácil de entender si miramos los treinta y cinco años de adoctrinamiento feroz por las autoridades catalanas y un pasotismo imperdonable de las autoridades nacionales, cuando no irresponsable colaboración.
Todo eso comenzó en el terreno político, porque el hombre de la calle, ese que tanto aquí como allí, en su habitual lucha por la subsistencia se levanta cada mañana para acudir al trabajo, y considera que ya tiene bastante dolor de cabeza con la preocupación de llegar a fin de mes, a ese buen hombre le importa un haba la independencia, la separación o la escisión.
Pero los políticos no son esa gente vulgar que analiza consecuencias. Los políticos viven de sembrar la discordia y están ahí para crear problemas, y de ese modo justificar su labor al tener que subsanarlos posteriormente.
Y tras treinta y cinco años de adoctrinamiento mucha gente ha asumido la teoría de los políticos, por lo que a éstos habrá de reconocerles un éxito en su tarea. La doctrina ha calado bien y la brecha es lo suficiente ancha y profunda como para que no se puedan construir puentes.
A pesar de ello, es triste, pero es así, todavía hay gente que cree en los políticos.
¿Y a quién beneficia esta escisión? A nadie. Con total seguridad, a nadie.
Algo inaudito, ¿verdad? Porque si no beneficia a nadie, por qué ese interés en seguir por ese camino.
Tal vez la vanidad de unos pocos que en sus sueños de fantasía desean que la Historia hable de ellos. Porque lo que afecta a aquel modesto trabajador que se las ve y se las desea para subsistir, cualquier cambio no le sacará de tener que levantarse cada día, a veces hasta con fiebre, para no ver mermado su salario y poder llegar a fin de mes sin excesivos apuros.
Pero el trabajo de los políticos es hacerles creer que con ellos en el poder el mundo entero será de color de rosa.
Se han publicado estudios en los que se asegura que en el caso de una escisión, la economía catalana sufriría cuantiosas pérdidas. De repente el paro aumentaría en un veinte por ciento; el producto interior bruto perdería más de un treinta por ciento; los impuestos se multiplicarían por tres o por cuatro. Y así un rosario de apuntes de desastre.
Es posible que todo sea un juego de adivinanzas, pero lo que se puede asegurar es que sería perjudicial. Para los catalanes y para los demás.
Y nadie discrepa que sería así. Si acaso se discrepa en cifras, que unos dicen más y otros menos, pero todos están de acuerdo que no habría beneficios para nadie.
¿Y aun así, siguen empeñados en correr hacia el precipicio?
Pues, sí. Son así de torpes.

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