Aquellas
reivindicaciones de los catalanes que comenzaron hace algunos años como un
juego, algo así como un tanteo, medio en broma medio en serio, en los últimos
meses se han tornado cosa seria. Tanto es así que el Ebro se ha convertido en
una brecha. Una brecha que se agranda por días.
No es extraño
oír expresiones en las que subyace la separación. Nosotros – vosotros. Los
catalanes y los españoles. Lo que ha traído un enfrentamiento grotesco, dañino
e infructuoso.
Fácil de
entender si miramos los treinta y cinco años de adoctrinamiento feroz por las
autoridades catalanas y un pasotismo imperdonable de las autoridades
nacionales, cuando no irresponsable colaboración.
Todo eso
comenzó en el terreno político, porque el hombre de la calle, ese que tanto
aquí como allí, en su habitual lucha por la subsistencia se levanta cada mañana
para acudir al trabajo, y considera que ya tiene bastante dolor de cabeza con
la preocupación de llegar a fin de mes, a ese buen hombre le importa un haba la
independencia, la separación o la escisión.
Pero los
políticos no son esa gente vulgar que analiza consecuencias. Los políticos
viven de sembrar la discordia y están ahí para crear problemas, y de ese modo
justificar su labor al tener que subsanarlos posteriormente.
Y tras
treinta y cinco años de adoctrinamiento mucha gente ha asumido la teoría de los
políticos, por lo que a éstos habrá de reconocerles un éxito en su tarea. La
doctrina ha calado bien y la brecha es lo suficiente ancha y profunda como para
que no se puedan construir puentes.
A pesar de
ello, es triste, pero es así, todavía hay gente que cree en los políticos.
¿Y a quién
beneficia esta escisión? A nadie. Con total seguridad, a nadie.
Algo
inaudito, ¿verdad? Porque si no beneficia a nadie, por qué ese interés en
seguir por ese camino.
Tal vez la
vanidad de unos pocos que en sus sueños de fantasía desean que la Historia hable
de ellos. Porque lo que afecta a aquel modesto trabajador que se las ve y se
las desea para subsistir, cualquier cambio no le sacará de tener que levantarse
cada día, a veces hasta con fiebre, para no ver mermado su salario y poder
llegar a fin de mes sin excesivos apuros.
Pero el
trabajo de los políticos es hacerles creer que con ellos en el poder el mundo
entero será de color de rosa.
Se han
publicado estudios en los que se asegura que en el caso de una escisión, la
economía catalana sufriría cuantiosas pérdidas. De repente el paro aumentaría
en un veinte por ciento; el producto interior bruto perdería más de un treinta
por ciento; los impuestos se multiplicarían por tres o por cuatro. Y así un
rosario de apuntes de desastre.
Es posible
que todo sea un juego de adivinanzas, pero lo que se puede asegurar es que
sería perjudicial. Para los catalanes y para los demás.
Y nadie
discrepa que sería así. Si acaso se discrepa en cifras, que unos dicen más y
otros menos, pero todos están de acuerdo que no habría beneficios para nadie.
¿Y aun así,
siguen empeñados en correr hacia el precipicio?
Pues, sí. Son
así de torpes.
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