Seguramente a
usted también le llama la atención la de veces que repiten la palabra
democracia. Me refiero a los políticos, claro, porque el resto de los mortales
las escasas veces que la pronuncian es precisamente para quejarse de su
ausencia.
Es posible
que a ellos, a los políticos, les suene muy bien. Aunque de tanto repetirla
suena a hueco.
Y supongo que
cuando en un discurso de menos de un minuto, el político de turno ha
pronunciado la célebre expresión más de tres veces, también a usted le vendrá
en mente aquello de que “dime de lo que presumes y te diré…”
Será, digo
yo, porque la mala conciencia les traiciona y sienten esa imperiosa necesidad
de justificarse.
Me refiero,
en eso de la mala conciencia, a los políticos que todavía recuerdan que democracia
es aquella doctrina política que involucra al pueblo a tomar parte activa en
las decisiones generales del gobierno. Porque los otros, los políticos que han
olvidado lo que significa, o tal vez nunca lo supieron, esos seguro que ni lo
tienen en cuenta.
El caso es
que estos que nos han tocado en suerte consideran que la participación del
pueblo se limita a introducir una papeleta en la urna cada cuatro años, y con
esta acción les dejamos el camino libre y despejado para ejercer su profesión
sin ocuparse más del pueblo. Porque, reconozcámoslo, ellos ejercen la política
igual que el matarife degüella cerdos o el mecánico arregla coches, y con el
mismo derecho a herencia como cualquier otro, pasando la profesión de padres a
hijos, como suele suceder en otras tantas profesiones.
Esta es la
primera exposición errónea que salta a la vista de lo que para ellos significa
democracia. Que en vez de errónea sería más justo decir egoísta.
Pero
podríamos darnos por satisfechos si fuera la primera muestra y la última,
porque, lamentablemente, a continuación, como las cerezas, vienen unidos una
infinidad de actos que podríamos definir, sin riesgo a equivocarnos, de malas
artes.
Son tantos
los ejemplos que basten tres o cuatro para hacernos una idea de lo alejados que
estamos de ser demócratas o, dicho de otro modo, vivir en democracia.
Son vicios
que nos quedan tras la larga dictadura, y que los políticos no desean cambiar,
porque el primer paso sería ir a votar con listas abiertas. Las listas cerradas
delatan la tendencia dictatorial de los políticos.
Después
podríamos añadir eso de políticos sin privilegios económicos, sociales ni
judiciales.
A
continuación eliminación de subvenciones a los partidos, a los sindicatos y a
los miembros de los partidos y adyacentes.
Y sobre todo,
cuentas claras entre ingresos y gastos.
Son, como
digo, algunos ejemplos, que mientras no se subsanen, probablemente ni a usted
ni a mí nos podrán convencer de que vivimos en un estado demócrata.
Ahora bien, es
cierto que para vivir en un estado plenamente demócrata, el ciudadano queda
obligado a participar en las actividades de la comunidad, y aquellos que no
están dispuestos a ofrecer esa contrapartida y prefieren eludir las obligaciones
están condenados a vivir bajo el régimen de una dictadura.
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