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domingo, 18 de noviembre de 2012

DESAHUCIOS por Salvador Moret


Pasaron las vacas gordas y llegan las vacas flacas. El ritmo de la vida, que nunca ha cambiado sus hábitos, consta de ciclos, y es cosa sabida que tras la subida viene la bajada. O viceversa.
Sería deseable que no existieran esos altibajos, pero eso es ir contra natura. El hombre aspira a superarse, a mejorar, y para ello a arriesgar, cosa muy loable por otra parte. El error consiste en un exceso de confianza, en no tener presente que cada situación está expuesta a cambios, y por lo tanto uno nunca debe perder de vista que nada es eterno.
En el caso de los desahucios los inconvenientes se han agudizado por un principio que ha resultado ser un mito, a saber: el precio de las viviendas, pase lo que pase, siempre sube.
Se ha demostrado que no es así. Pero en esta ocasión el mal tiene diferentes padres que se pueden resumir en unos pocos: la codicia y la irresponsabilidad. Y de ahí muchas ramificaciones.
La codicia de los usureros. La irresponsabilidad de las víctimas. O de todos.
Los banqueros, que por naturaleza son usureros, amparados por unas leyes severas que hasta ellos mismos reconocen abusivas y hasta injustas, ofrecían créditos a muchos clientes cuya posición económica era tan incierta que el mínimo soplo echaría por el suelo todo el proyecto.
Pero a los banqueros, que lo sabían, no les importaba, porque la cláusula de desahucio estaba bien clara en la letra pequeña del contrato. Y amparados por la ley, en caso de impago, después de cobrar intereses a sus víctimas durante unos cuantos años, contaban en recuperar el bien y volver a hacer negocio con ese mismo bien.
Sin embargo, una vez más se ha demostrado que el cuento de la lechera es eso, un cuento. Y es que las vacas flacas han traído el desplome económico masivo, y los banqueros, con un ejército de cabezas pensantes a sus órdenes que a pesar de su imagen de expertos no supieron prever el desastre, de la noche a la mañana se han visto con un aluvión de inmuebles impagados. O sea, el desastre económico.
Aunque el verdadero desastre económico ha recaído sobre las víctimas que, en aquellas horas de vino y rosas, irresponsablemente aceptaron condiciones en exceso ajustadas a sus posibilidades.
Muchos de esos clientes, que por los avatares del destino se han visto imposibilitados para seguir cumpliendo con su compromiso, de la noche a la mañana se han visto en la calle, sin propiedad y sin dinero. Y con la deuda pendiente.
Por eso en los momentos de optimismo es tan aconsejable no dejarse llevar de la euforia.
Adquirir un bien costoso como es una vivienda sin recursos propios sino con un préstamo a devolver hasta en cuarenta años, es de un atrevimiento muy audaz.
Ahora, cuando todos estamos enfangados en la miseria, es cierto que no valen las recomendaciones de lo que no debió hacerse, pero al menos deberían valer las consiguientes imputaciones a los responsables.
Esa es la injusticia. Que no lo veremos.

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