Con treinta años lloriqueando y
arañando remanentes se ha llevado a cabo la máxima de que muchos pocos hacen un
grande.
Después, cinco años exigiendo y
acumulando patrimonios.
Con eso de la crisis se habla
mucho últimamente del despilfarro de las autonomías. Y aunque se hable en
plural y generalizando, todos tienen en mente Cataluña. Sí, junto al país
Vasco.
Son las que más ruido hacen. Y
también las que quieren separarse, aunque no antes de haber sangrado al resto
de los españoles.
Uno se pregunta el por qué de
tanto odio.
Pero el desastre que pesa sobre los
españoles no es solamente imputable a estas dos regiones. Sería una bendición
si solo fueran catalanes y vascos los pródigos. Como tampoco son solamente los
diecisiete reyezuelos que con miras faraónicas ejercen en sus respectivos
territorios feudales.
Habría que girar la mirada hacia
el gobierno central. Los gobiernos centrales. Porque todos ellos han colaborado
a que aquella pequeña pelota de tenis se haya convertido en un balón imposible
de abarcar y por lo tanto ingobernable.
O sea, entre todos la mataron y
ella sola se murió.
Es muy español eso de hablar
mucho y con grandilocuencia, y hacer poco o nada de lo que se ha dicho.
Escuchen, si no, las arengas de aquellos que dicen trabajar para el pueblo:
“¡Vamos a hacer!” “¡Haremos!” “¡En un futuro muy próximo…!” Proyectos. Palabras
que no faltan en ningún discurso. Y cuando se dan la vuelta vienen los
tramoyistas, recogen el decorado, y si te he visto no me acuerdo.
Pero no vayamos a creer que ese
es un proceder exclusivo de los españoles de la actualidad. Son costumbres que
vienen de muy antiguo, porque como se sabe, en España siempre hubo una clase
dirigente cuya avaricia le impedía mirar más allá de sus propios estómagos.
Como también se sabe que el pueblo fue siempre apocado, sumiso y quejoso, eso
sí, muy quejoso, pero sin valor para enfrentarse a los déspotas, y agachando el
cerviz, siempre ha esperado, encomendándose a todos los santos hasta que las
aguas volvieran a sus cauces por medios naturales.
Y si en alguna ocasión el oprobio
ha llegado a salirse de madre, el pueblo se ha armado de la mayor irreflexión y
al alzar la voz lo ha hecho para romper la baraja y todo lo demás que encontrara
a su paso.
Hoy como ayer. Los tiempos actuales
no tienen nada de moderno. Mientras el dinero comunitario fluía a manos llenas
permitió a los españoles montarse en el espejismo del bienestar, pero eso ha
cambiado y ahora nos muestra una realidad que al español medio le cuesta
aceptar.
A nadie le gusta retroceder, como
tampoco nadie quiere rebajar su confort, pero los decretos fuerzan al
asalariado a cumplir la ley. A esos sí. No a los reyezuelos que, como bien reza
la costumbre entre la clase dirigente de España, no están dispuestos a ceder
uno solo de sus tantos privilegios. Los causantes del mal, las castas
privilegiadas siguen con sus desatinos y desaguisados, gastando lo que no
tienen, lloriqueando cuando no exigiendo para que las instancias mayores –
ahora sí – les aporten el dinero para seguir su derroche particular. La plebe
puede sucumbir, como siempre fue.
Y se agarran a aquello de que
antes el desastre que ceder un paso atrás.
¡Pobre pueblo español que sigue
sin liberarse de los sátrapas!
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