Muchos son los que lloriquean porque
nadie nos toma en serio, pero pocos hacen méritos para cambiar esa imagen nuestra
de pandereta.
Somos forjadores de la picaresca.
¡Y a mucha honra! – suenan algunas voces.
Bueno, pues no nos quejemos.
Excepciones las hay, claro, pero
en el conjunto son tan escasas que casi nadie las percibe.
¡Pero, cómo nos van a tomar en
serio si tras lo que estamos viendo es para echarse a llorar!
El colmo, lo intransigente es que
a la reina y a los príncipes de España se les trate en Londres como a dos
turistas más, y ningún organismo de esos que tanto abundan por aquí no levante,
ipso facto, una reclamación que ponga colorados a los causantes de un error de
esa magnitud.
¿Será porque la costumbre es no
reaccionar o hacerlo tarde, mal y nunca? ¿Tal vez porque ante la ofensa es más
cómodo levantarse de hombros y esperar a que escampe?
Esos que pueblan los organismos,
con sus títulos, cargos y buenos ingresos, ¿serán conscientes de que su elevada
remuneración conlleva también hacer frente a los aspectos ingratos y desagradables?
Es conocido y muy triste, que
nuestras autoridades se muestren siempre sumamente dispuestas a aparecer en la
foto, y muy poco o nada orientadas a asumir responsabilidades. Es un mal
endémico nuestro.
Responsabilidades que van
adheridas al cargo, pero que al parecer cuando el ilustre asume el puesto,
sueña en la posición, los ingresos y los privilegios, y se olvida que eso le
compromete también a enfrentarse a los que rompen la convivencia.
Rehuir esos compromisos nos lleva
al esperpento, al caos y a que nos tomen por el pito del sereno. Tristemente la
realidad. ¿Ejemplos? Todos los días y en todos los terrenos y lugares.
Es un proceso que viene desde
hace tiempo en una escalada que peldaño a peldaño asciende cada vez más alta,
cada vez más atrevida, y que al no encontrar oposición se crece con desafíos
cada vez más amenazantes.
Sí, es cierto que se habla, y
mucho; que se critica, y no menos. Pero ahí acaba todo. De los aprovechados que
se han ido con millones, de euros por supuesto, hasta surgen amenazas de
castigos ejemplares. ¡Qué ironía! Nadie ha visto nunca una de esas amenazas
cumplidas.
Y los reyezuelos echando el pulso
al gobierno. Y los jueces huyendo de sus obligaciones. Los casos nos arroyan y
se amontonan, y desaparecen, y se olvidan.
Los hurtos a gran escala que no se
esclarecen están a la orden del día, pero no son los únicos. Están también los
desafíos de orden público al gobierno y a la justicia con actos o con
expresiones, sin que se aprecien respuestas contundentes. Lo único que
transmiten las altas instancias es una indiferencia con pinceladas de intereses
cuando no cercanas a la cobardía.
¿Quién no pensaría de un proceder
así, con ese caos, que la sociedad que lo sustenta es una sociedad de
pandereta? Lo malo es que son precisamente los políticos y los jueces quienes
más escándalos provocan.
Pues, apaga y vámonos.
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