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lunes, 13 de agosto de 2012

ESPAÑA, LA DE SIEMPRE (Salvador Moret)


Muchos son los que lloriquean porque nadie nos toma en serio, pero pocos hacen méritos para cambiar esa imagen nuestra de pandereta.
Somos forjadores de la picaresca. ¡Y a mucha honra! – suenan algunas voces.
Bueno, pues no nos quejemos.
Excepciones las hay, claro, pero en el conjunto son tan escasas que casi nadie las percibe.
¡Pero, cómo nos van a tomar en serio si tras lo que estamos viendo es para echarse a llorar!
El colmo, lo intransigente es que a la reina y a los príncipes de España se les trate en Londres como a dos turistas más, y ningún organismo de esos que tanto abundan por aquí no levante, ipso facto, una reclamación que ponga colorados a los causantes de un error de esa magnitud.
¿Será porque la costumbre es no reaccionar o hacerlo tarde, mal y nunca? ¿Tal vez porque ante la ofensa es más cómodo levantarse de hombros y esperar a que escampe?
Esos que pueblan los organismos, con sus títulos, cargos y buenos ingresos, ¿serán conscientes de que su elevada remuneración conlleva también hacer frente a los aspectos ingratos y desagradables?
Es conocido y muy triste, que nuestras autoridades se muestren siempre sumamente dispuestas a aparecer en la foto, y muy poco o nada orientadas a asumir responsabilidades. Es un mal endémico nuestro.
Responsabilidades que van adheridas al cargo, pero que al parecer cuando el ilustre asume el puesto, sueña en la posición, los ingresos y los privilegios, y se olvida que eso le compromete también a enfrentarse a los que rompen la convivencia.
Rehuir esos compromisos nos lleva al esperpento, al caos y a que nos tomen por el pito del sereno. Tristemente la realidad. ¿Ejemplos? Todos los días y en todos los terrenos y lugares.
Es un proceso que viene desde hace tiempo en una escalada que peldaño a peldaño asciende cada vez más alta, cada vez más atrevida, y que al no encontrar oposición se crece con desafíos cada vez más amenazantes.
Sí, es cierto que se habla, y mucho; que se critica, y no menos. Pero ahí acaba todo. De los aprovechados que se han ido con millones, de euros por supuesto, hasta surgen amenazas de castigos ejemplares. ¡Qué ironía! Nadie ha visto nunca una de esas amenazas cumplidas.
Y los reyezuelos echando el pulso al gobierno. Y los jueces huyendo de sus obligaciones. Los casos nos arroyan y se amontonan, y desaparecen, y se olvidan.
Los hurtos a gran escala que no se esclarecen están a la orden del día, pero no son los únicos. Están también los desafíos de orden público al gobierno y a la justicia con actos o con expresiones, sin que se aprecien respuestas contundentes. Lo único que transmiten las altas instancias es una indiferencia con pinceladas de intereses cuando no cercanas a la cobardía.
¿Quién no pensaría de un proceder así, con ese caos, que la sociedad que lo sustenta es una sociedad de pandereta? Lo malo es que son precisamente los políticos y los jueces quienes más escándalos provocan.
Pues, apaga y vámonos.

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