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martes, 21 de agosto de 2012

PARALELISMOS (Salvador Moret)


Hace ahora unos cien años, España que acababa de perder las últimas posesiones de ultramar, se enfrentaba a perder los últimos reductos que le quedaban en el norte de África.
Las crónicas que nos han llegado de aquella época nos describen un comportamiento patético de las autoridades políticas y militares de entonces. Varios fueron los motivos del desastre, no siendo el último de éstos la pérdida de las posesiones sino el cómo se perdieron.
Ya entonces, las autoridades dedicaban más tiempo y más esfuerzo a promocionarse que a defender los beneficios de España. Usaban sus destinos como trampolín para sus ascensos a posiciones superiores en su carrera militar o administrativa.
La guerra del Rif, apenas recordada cien años más tarde, ha pasado a la historia como ejemplo del desinterés de los mandos militares por España y, lo más triste, por la tropa bajo sus órdenes. A estos altos mandos, ocupados en sus campañas particulares, no les importaba tanto la muerte de algunos centenares de soldados si con ello cubrían una hoja de servicios que les permitiera alcanzar sus destinos deseados, sin percatarse que ese desinterés por lo ajeno les podía repercutir en el mejor de los casos en un beneficio efímero personal y poco beneficioso para España, pero que en caso contrario, en el peor de los casos podía significar una degradación personal y un desastre para España.
Ahí tenemos el desastre de la batalla de Annual, que acabó en una carnicería, como el ejemplo más significativo de lo que eran los mandos militares de la época y el pensar de los dirigentes en España.
De eso hace ahora unos cien años.
Nada para enorgullecernos. Tal vez sea ese el motivo de tan clamoroso desconocimiento. Es más fácil hablar de la Reconquista, que al quedar tan lejano en la historia, podemos ensalzar insignificantes episodios como actos heroicos, y callar magnas traiciones y cobardías.
Lo triste de esta historia es que cien años más tarde continuamos con la misma música y la misma letra. Las autoridades administrativas actuales, tan increíblemente poderosas que han conseguido desbancar a las militares, siguen ocupadas en cómo solventar sus aspiraciones, olvidando al mismo tiempo sus obligaciones y por supuesto a la muchedumbre.
Sus rencillas y sus egoísmos salen a la luz diariamente en cantidades que asustan y afrentan, tal cual y a semejanza de cómo se comportaban las autoridades cien años antes, mientras que el hombre común, ese que continúa siendo la tropa, como antaño, y el sostén de sus dirigentes, es olvidado y menospreciado.
Conociendo la catadura de esta casta que se apropia los privilegios como derechos consumados, cabría preguntarse si la causa de que así sea no es achacable a la indolencia de la tropa.

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