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lunes, 27 de agosto de 2012

CREER O NO CREER (Salvador Moret)


Las cifras oficiales de la carestía de vida pasean alrededor del dos por ciento. Más o menos, eso es lo que nos cuenta el gobierno todos los años.
Algo difícil de creer. A no ser que pongamos fe ciega en lo que nos dice, y entonces no tengamos nada que objetar. Pero como las cifras son tozudas, al mirar el desarrollo de los precios del último año, cabe dudarlo y como mínimo poner en tela de juicio esas cifras oficiales.
Tomemos el ejemplo práctico de Daniel, un amigo mío.
Me cuenta mi amigo que calculando las diferencias entre el último año y este, lo del dos por ciento, dice, es una guasa. Vaya, como para echarse a reír.
Aunque los efectos sean más bien para llorar.
En la factura del gas, mi amigo está pagando este año un dieciséis por ciento más que el anterior. En la de electricidad, un dieciocho por ciento más. En la de la sociedad de enfermedad, un treinta y dos por ciento más. En la del IBI, un treinta y ocho más. Y así el agua, el colegio, los libros y las demás facturas de gastos fijos. Y si nos adentramos en las compras de consumo diario, quince céntimos por aquí, veinticinco por allá, que Daniel me dice que no lo calcula en porcentaje, pero que no hay un solo producto que sea más barato que semanas antes.
Sí, es cierto, el teléfono continúa pagando lo mismo, gracias a sus reclamaciones y la consiguiente amenaza de cambiar de compañía si le subían la cuota.
Y no quiere nombrar el tabaco, porque subía el precio tan espectacularmente que asustado dejó de fumar.
A lo mejor el gobierno está contento por ello, puesto que, según dice, la subida de precio es precisamente para que la gente deje de fumar para bien de su salud. Pero Daniel también duda de que sea cierto, porque al gobierno le interesan más los impuestos que recibe de la venta del tabaco que la salud de los fumadores. Pero, en fin, eso ya es cuestión de creer o no creer al gobierno.
Mirándolo bien, eso de creer se ha convertido en ciencia ficción, porque hay tantos asuntos en los que bien por desidia o bien porque nos dicen tantas cosas que se contradicen con la realidad, que nos desentendemos y damos el caso por perdido. Una decisión equivocada, me dice Daniel, pero uno se encuentra tan indefenso ante la máquina arrolladora del estado, que prefiere callar y aceptar que la carestía de vida solo sube un dos por ciento.
Y añade. Lo triste de todo esto es que el gobierno se hace fuerte, y su fortaleza no es otra cosa que nuestra impotencia, arrastrándonos a tomar el camino de la resignación, y así, lo mismo que he dejado de fumar, puedo dejar de ir al cine, o comprar solo un libro al año en vez de tres, o comer dos veces al día. Y si aprieta la situación, tal vez con una comida diaria, todavía podamos tirar adelante.
Entre tanto, en la calle la gente sigue discutiendo acaloradamente, unos defendiendo la honestidad del gobierno, y otros argumentando todo lo contrario. ¡Qué locos!
Y la pregunta que se hace Daniel es: Pero toda esa gente que tanto discute, ¿cree verdaderamente en lo que defiende?

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