Buscar este blog

domingo, 22 de julio de 2012

RASGADO DE VESTIDURAS (Salvador Moret)


Se acostumbraron a recibir dinero a espuertas, y lo que menos les ocupaba era averiguar quién era el bienhechor. Lo sabían, pero se hacían los desentendidos, entendiendo que era una dádiva a fondo perdido. Y lo administraban para sus intereses particulares en primer lugar, dando pinceladas gordas aquí y acullá para con su aparente magnanimidad, deslumbrar al incauto espectador en el tendido.
Y es que cuando el dinero llega con facilidad, sin esfuerzo, suele marear el entendimiento de los hombres, tanto que llegan a pensar que Dios es muy grande y sus obsequios inagotables.
Décadas creciendo a ese ritmo, los administradores creyeron adquirir unos derechos de los que no tenían que dar explicaciones a nadie, y así llegaron a la época de las vacas flacas, y aquellos que parecían ser unos samaritanos, resulta que vienen ahora pidiendo explicaciones y quieren saber qué se hizo con aquellas fortunas.
 Inasumible – dicen los de aquí. ¿Qué se creen estos, que pueden venir a ordenar nuestra casa? Y sus gritos llegan al cielo, y públicamente, con gran demérito para sus otrora bienhechores, se rasgan las vestiduras. 
Estos, que de generosos no tenían tanto, como todo prestamista quieren ver las contraprestaciones, y aquellos que administraron con alegría e hincharon sus haciendas particulares, exigen ahora al pueblo que contribuya a devolver el préstamo. Y no estaría mal lo de contribuir, lo penoso es que el pueblo que fue el menos beneficiado, es quien ahora en solitario, tiene que hacer frente a esas letras de cambio que están venciendo.
Y los administradores, como todo mal pagador, se contradicen cuando por una parte gritan que los prestamistas no son quién para decir cómo organizan ellos su casa, y al mismo tiempo siguen pidiendo más préstamo, seguramente para poder salvar el pellejo, escudándose en el pellejo del pueblo, a quien han metido en el asunto sin pedirle permiso.
Se quejan estos pésimos administradores de no recibir más préstamos. Y maldicen el egoísmo de los prestamistas, sin darse cuenta que son ellos los culpables de que así sea, porque es difícil socorrer a un despilfarrador. O se puede hacer una vez. O dos. Pero no por una eternidad.
Y es que no quieren reconocer sus errores. Han exprimido al pueblo, pero a ellos les viene muy cuesta arriba prescindir de sus privilegios. Y así, señores, no se construye una casa.
Exigen que los prestamistas colaboren, sin estar dispuestos a aportar su parte de esfuerzo. Tan acostumbrados están a sus vidas de ostentación y despilfarro que no se dan cuenta que son ellos el problema porque todavía siguen viviendo a cuerpo de rey.
¡Y se rasgan las vestiduras porque los prestamistas les exigen contraprestaciones!
Tal vez gritan creyendo que así convencen al pueblo y éste asume los costes de buen grado.
Pues, resulta que no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario