Los malos tiempos que estamos atravesando sacan a la luz
facetas humanas que, sin estar olvidadas, se prodigaban menos últimamente.
Al
principio, cuando se hablaba mucho sobre la crisis, pocos tomaban en serio que
alcanzara a hacerse realidad. Nos reíamos y hacíamos chascarrillos. Claro que,
entonces hubo personajes que se encargaron de hacernos creer que la crisis era solamente
para otros, que nosotros no teníamos por qué temer.
También
hubo una época que se decía que eso de los divorcios solo era para aquellos que
viven alejados del temor de Dios, los americanos, cuya libertad rayaba en
libertinaje, y que nosotros quedábamos libres de tales desmadres.
Ahora
tenemos la crisis y los divorcios. Moraleja: no creer nunca a los políticos.
Y ahora
que ya tenemos las orejas del lobo, y las patas, y todo su peso sobre nuestras
espaldas, lamentamos habernos reído de las advertencias. No todos, claro está,
que no todos soportan el peso del lobo por igual. Porque los hay que siguen
disparando con euros del rey, que es el pueblo. Un rey empobrecido, y cada día
que pasa más, pero que calla y aguanta.
Y como
la crisis está demostrándose que es una crisis galopante que amenaza con
devorarnos, los gobernantes decidieron poner paños calientes aspirando en los
bolsillos de los más débiles.
Pero no
era suficiente, y comenzó a dar vueltas de tuerca.
¡Y de
las cosas que nos estamos enterando! Aquí recibe subvenciones todo quisqui. ¡Y
cómo se prodigan los altos cargos! Que además de cobrar legalmente sueldos que
da vergüenza por obscenas decir las cifras, es que se llevan los millones en
carretilla. Lo mismo que el contable se lleva de vez en cuando un bolígrafo a
casa, pero al por mayor.
Y como
exprimir a los sectores más débiles no ha sido suficiente para taponar las
orgías de los altos cargos, ha habido que recurrir a otros sectores que hasta
ahora callaban como putas, y ahora ya no callan como tal, y se agitan acuciados
por las vueltas de tuerca que no cesan.
Todos
piden lo mismo. Todos los colectivos afectados, que son todos los conocidos,
reclaman y exigen que a ellos no les recorten las subvenciones. Protestan los
jueces, los taxistas, los transportistas, los bomberos, los mineros, los
autónomos, los actores… hasta los políticos, que quieren seguir disparando con
euros del rey, que es el pueblo, a pesar de estar exprimido.
Lo
curioso es que todos esos colectivos reconocen que se han llevado a cabo
desmadres y que la cosa no podía seguir así, por lo tanto todos están de
acuerdo que hay que apretarse el cinturón…
Pero el cinturón del vecino.
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