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domingo, 1 de julio de 2012

EL APRENDIZAJE (Salvador Moret)


Tengo entendido que fueron los sindicatos quienes se opusieron a mantener esa “explotación de los trabajadores” llamada fase de aprendizaje, y tal vez en su momento fue una medida acertada. Sin embargo, el tiempo ha venido a demostrar que fue un gran error, y como a los españoles lo que más pereza nos da es hacer cambios, a pesar del error seguimos sin enmendarla.
Es cierto que los aprendices de épocas pasadas solo lo eran sobre el papel, porque con reducidos salarios hacían trabajos de oficial, sin que nadie jamás les hubiera dedicado dos horas de conocimientos teóricos.
Las consecuencias las sufrimos ahora, que cualquiera se llama pintor, hornero, camarero, vendedor, mecánico… La práctica les ha ido enseñando, por supuesto, pero a todos se les nota la ausencia de conocimientos básicos.
Es como el desconocimiento de las lenguas antiguas. A muchos se les nota hasta hablando.
Y un país con poca mano de obra cualificada está condenado a seguir a remolque de aquellos que se preocupan por la formación de los jóvenes.
Tampoco los que se adentraron por la vía de profesiones universitarias son un ejemplo a seguir, probablemente contagiados del ambiente que les rodea.
¡Claro que no son todos! Faltaría más. Además, sería la hecatombe. Pero sí una gran mayoría, si no, la palabra “chapuza” no sería tan española.
El dueño de la Bodega Española en Zúrich me confirmaba días atrás esa gran tragedia que es el desconocimiento profundo de una profesión.  
-          Últimamente llegan de tres a cuatro españoles diariamente pidiendo trabajo – me decía Eric Winistörfer con pesadumbre – Muchos vienen casi desesperados, sin dinero y con la familia en algún rincón de España esperando el primer giro para hacer frente a los recibos…
Yo escuchaba un tanto incrédulo, pensando que algo habría de verdad, pero también que mi amigo Eric estaba exagerando.
Me equivocaba de extremo a extremo, porque en el rato que estuve con él tuve la oportunidad de vivir dos ejemplos de lo que me contaba. El primer caso era un hombre de Málaga que había llegado esa misma mañana.
-          Mire usted – decía el hombre – he llegado con billete de ida y no tengo dinero para volver, así que estoy dispuesto a trabajar en lo que sea.
-          Tengo la plantilla completa, pero si usted conoce la cocina…
-          ¡Ah, no se preocupe, aprendo en dos días, se lo garantizo!
Mi amigo no podía ofrecerle nada. Y todavía no se había marchado cuando se presentó un matrimonio que también buscaba trabajo. Su edad rondaría los cincuenta años. Querían trabajar en lo que fuera.
-          No queremos incomodarle pero si nos da cama y comida no hace falta que nos declare como trabajadores.
Una vez se hubo marchado el matrimonio, la mirada de mi amigo lo decía todo. Y me hizo ver lo equivocada que estaba la gente cuando pretendía seguir en Suiza las mismas costumbres que en España.
En primer lugar, el trabajo en negro no existe, por principio, que después están las leyes, muy severas. Y en cuanto al cocinero, éste tiene que saber, además de cocinar, responsabilizarse de las compras, evaluar la rentabilidad… lo elemental que se enseña en el aprendizaje.
La calidad está reñida con la chapuza.

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