Tengo entendido que fueron los
sindicatos quienes se opusieron a mantener esa “explotación de los trabajadores”
llamada fase de aprendizaje, y tal vez en su momento fue una medida acertada.
Sin embargo, el tiempo ha venido a demostrar que fue un gran error, y como a los
españoles lo que más pereza nos da es hacer cambios, a pesar del error seguimos
sin enmendarla.
Es cierto que los aprendices de
épocas pasadas solo lo eran sobre el papel, porque con reducidos salarios
hacían trabajos de oficial, sin que nadie jamás les hubiera dedicado dos horas
de conocimientos teóricos.
Las consecuencias las sufrimos
ahora, que cualquiera se llama pintor, hornero, camarero, vendedor, mecánico…
La práctica les ha ido enseñando, por supuesto, pero a todos se les nota la ausencia
de conocimientos básicos.
Es como el desconocimiento de las
lenguas antiguas. A muchos se les nota hasta hablando.
Y un país con poca mano de obra
cualificada está condenado a seguir a remolque de aquellos que se preocupan por
la formación de los jóvenes.
Tampoco los que se adentraron por
la vía de profesiones universitarias son un ejemplo a seguir, probablemente
contagiados del ambiente que les rodea.
¡Claro que no son todos! Faltaría
más. Además, sería la hecatombe. Pero sí una gran mayoría, si no, la palabra
“chapuza” no sería tan española.
El dueño de la Bodega Española en
Zúrich me confirmaba días atrás esa gran tragedia que es el desconocimiento
profundo de una profesión.
-
Últimamente llegan de
tres a cuatro españoles diariamente pidiendo trabajo – me decía Eric
Winistörfer con pesadumbre – Muchos vienen casi desesperados, sin dinero y con
la familia en algún rincón de España esperando el primer giro para hacer frente
a los recibos…
Yo escuchaba un tanto incrédulo,
pensando que algo habría de verdad, pero también que mi amigo Eric estaba
exagerando.
Me equivocaba de extremo a
extremo, porque en el rato que estuve con él tuve la oportunidad de vivir dos
ejemplos de lo que me contaba. El primer caso era un hombre de Málaga que había
llegado esa misma mañana.
-
Mire usted – decía
el hombre – he llegado con billete de ida y no tengo dinero para volver, así
que estoy dispuesto a trabajar en lo que sea.
-
Tengo la plantilla
completa, pero si usted conoce la cocina…
-
¡Ah, no se preocupe,
aprendo en dos días, se lo garantizo!
Mi amigo no podía ofrecerle nada.
Y todavía no se había marchado cuando se presentó un matrimonio que también
buscaba trabajo. Su edad rondaría los cincuenta años. Querían trabajar en lo
que fuera.
-
No queremos
incomodarle pero si nos da cama y comida no hace falta que nos declare como
trabajadores.
Una vez se hubo marchado el
matrimonio, la mirada de mi amigo lo decía todo. Y me hizo ver lo equivocada
que estaba la gente cuando pretendía seguir en Suiza las mismas costumbres que
en España.
En primer lugar, el trabajo en
negro no existe, por principio, que después están las leyes, muy severas. Y en
cuanto al cocinero, éste tiene que saber, además de cocinar, responsabilizarse
de las compras, evaluar la rentabilidad… lo elemental que se enseña en el
aprendizaje.
La calidad está reñida con la
chapuza.
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