Hace mucho tiempo de aquellos
sucesos, es cierto, pero los protagonistas, si no todos, muchos todavía están
entre nosotros.
Tal vez uno de ellos sea ese
tertuliano que sin gran entusiasmo reniega de la época de la dictadura,
intentando con esa postura alejar posibles sospechas.
O quizás lo sea ese vecino que
siempre sale defendiendo a Franco y sus prácticas, y que con modos poco meritorios
se enfrenta a todo aquel que opina diferente.
No sé, pero tal vez no fueron
tantos, aunque no importa, porque el caso es que muchos o pocos, después de
tantos años, cuando aquellos sucesos casi se recuerdan como anécdota, cabe
preguntarse, ¿qué será de ellos y sus conciencias?
Eso, sus conciencias.
Estamos hablando de los torturadores.
Los esbirros que llevaban a cabo las órdenes de sus superiores, sí, pero que no
pocas veces aportaban brochazos de su propia voluntad cuando se cebaban con sus
víctimas, y así creer estar ganándose la admiración y el cálido aliento de sus señores,
sin que se les ocurriera pensar en el acto servil que supone tal comportamiento.
Son muchos los que hablan de la
represión que soportaron en aquella época; de las carreras que hacían delante
de los grises; de las detenciones que sufrieron; de las torturas en las
cárceles franquistas…
Suena exagerado, porque algunos
de los que se quejan, por su aspecto uno podría pensar que aun no habían
nacido. Pero eso es otra cuestión.
La realidad, y aunque muchos de
los que aseguran haber sufrido torturas lo cuenten de oídas, es que hubo
carreras; hubo encarcelamientos; y hubo torturas. ¡Y alguien tuvo que ser el
ejecutor!
¿Quiénes eran esos carceleros?
¿Dónde están ahora? Y lo más importante: ¿Cómo soportan sus conciencias?
¿Acaso se avergüenzan de los
actos cometidos? ¿Se arrepienten? ¿Tendrán remordimientos? Y si los tienen, ¿pueden
convivir con ellos?
Es de suponer que habrá de todo,
claro. Pero uno reflexiona y se imagina que para muchos de aquellos esbirros no
debe ser fácil enfrentarse a su pasado, ahora que, a pesar de las discrepancias
existentes, parece que hayamos alcanzado el raciocinio y también que hayamos comprendido
que podemos convivir sin necesidad de llegar a extremos inhumanos.
Entonces, uno sigue preguntándose,
¿Se plantearán aquellos esbirros en algún momento lo inútil de sus acciones? ¿Reflexionarán
estos personajes sobre el daño que hicieron? ¿Tal vez, todavía hoy, después de
tantos años, justifican sus actos? ¿Los volverían a cometer?
¡Ay, la conciencia humana; tan
cerca y tan lejos de nosotros!
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