Aquel profesor se disponía a
iniciar su conferencia cuando desde el fondo de la sala unas voces, cuyos
sonidos crecieron en pocos segundos hasta convertirse en bulla y maraña, se lo
impidieron.
El motivo de este motín no era
otro que la fama que perseguía a este profesor. El hombre, mayor y defensor de
tradiciones antiguas, como la defensa de la libertad, eran su bandera. Y
argumentar sobre la tolerancia era su conferencia preferida.
En el plano familiar, sus
costumbres ahora estaban mal vistas por gran parte de la población.
Nada que no fuera razonable para
cualquier persona normal, ¡pero como éstas escasean tanto!
Lo dicho, el profesor tenía la
insana costumbre de ir a misa, por ejemplo. Además, defendía la enseña
nacional; no le gustaba que se practicara el aborto; estaba en contra de la
eutanasia… y naturalmente sus conferencias versaban en esa dirección. Y las
razonaba. Y sobre todo, respetaba a los que opinaban diferente.
El profesor esperó resignado
hasta que se apaciguara la algarabía, y cuando por fin el escándalo remitió
hasta quedar en rumor, alentó a alguien de aquellos jóvenes alborotadores a un encuentro
y convertir su conferencia en debate.
Desafío complicado, porque no se
presentó nadie de los allí presentes. Probablemente por aquello que se dice los
energúmenos, que se hacen fuertes en compañía, pero en solitario son unos
miedicas.
Así que el profesor intentó
iniciar su exposición, aunque se quedó con el intento. Los abucheos
reaparecieron de inmediato y lograron su finalidad: malograr la conferencia.
Dispuesto a abandonar el
profesor, el auditorio se calmó de nuevo, intervalo que aprovechó el catedrático
para retar a aquellos que solo sabían alborotar desde la sombra.
-
Pero, vamos a ver.
Vosotros, sí vosotros, los que os escondéis, los que tiráis la piedra y
escondéis la mano; vosotros que no tenéis un argumento para debatir, pero no
sabéis callar; vosotros que no os atrevéis a dar la cara porque no tenéis nada
que decir, pero que al mismo tiempo no dejáis argumentar a los demás, ¿qué
derechos os arrogáis para consideraros superiores?
Pronto tuvo que desistir de su
exposición.
Los que carecen de argumentos no
toleran que alguien pretenda enseñarles. Como tampoco soportan – esto mucho
menos – que alguien les contradiga, porque entonces son ellos los que pasan a
enseñar sus métodos, que siempre son pasar a la acción. O sea, convencer por la
fuerza.
Y ya se sabe, quien hace uso de
la sinrazón, se deslegitima, porque carece de argumentos de razón.
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