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domingo, 8 de abril de 2012

SIN ARGUMENTOS (Salvador Moret)


Aquel profesor se disponía a iniciar su conferencia cuando desde el fondo de la sala unas voces, cuyos sonidos crecieron en pocos segundos hasta convertirse en bulla y maraña, se lo impidieron.
El motivo de este motín no era otro que la fama que perseguía a este profesor. El hombre, mayor y defensor de tradiciones antiguas, como la defensa de la libertad, eran su bandera. Y argumentar sobre la tolerancia era su conferencia preferida.
En el plano familiar, sus costumbres ahora estaban mal vistas por gran parte de la población.
Nada que no fuera razonable para cualquier persona normal, ¡pero como éstas escasean tanto!
Lo dicho, el profesor tenía la insana costumbre de ir a misa, por ejemplo. Además, defendía la enseña nacional; no le gustaba que se practicara el aborto; estaba en contra de la eutanasia… y naturalmente sus conferencias versaban en esa dirección. Y las razonaba. Y sobre todo, respetaba a los que opinaban diferente.
El profesor esperó resignado hasta que se apaciguara la algarabía, y cuando por fin el escándalo remitió hasta quedar en rumor, alentó a alguien de aquellos jóvenes alborotadores a un encuentro y convertir su conferencia en debate.
Desafío complicado, porque no se presentó nadie de los allí presentes. Probablemente por aquello que se dice los energúmenos, que se hacen fuertes en compañía, pero en solitario son unos miedicas.
Así que el profesor intentó iniciar su exposición, aunque se quedó con el intento. Los abucheos reaparecieron de inmediato y lograron su finalidad: malograr la conferencia.
Dispuesto a abandonar el profesor, el auditorio se calmó de nuevo, intervalo que aprovechó el catedrático para retar a aquellos que solo sabían alborotar desde la sombra.
-          Pero, vamos a ver. Vosotros, sí vosotros, los que os escondéis, los que tiráis la piedra y escondéis la mano; vosotros que no tenéis un argumento para debatir, pero no sabéis callar; vosotros que no os atrevéis a dar la cara porque no tenéis nada que decir, pero que al mismo tiempo no dejáis argumentar a los demás, ¿qué derechos os arrogáis para consideraros superiores?
Pronto tuvo que desistir de su exposición.
Los que carecen de argumentos no toleran que alguien pretenda enseñarles. Como tampoco soportan – esto mucho menos – que alguien les contradiga, porque entonces son ellos los que pasan a enseñar sus métodos, que siempre son pasar a la acción. O sea, convencer por la fuerza.
Y ya se sabe, quien hace uso de la sinrazón, se deslegitima, porque carece de argumentos de razón.

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