Desde hace unos cuantos años venimos escuchando las
quejas de los exaltados sobre la decadencia de la televisión.
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Son demasiados
programas basura, cuyas únicas enseñanzas que nos transmiten son de la más baja
estofa – suelen decir.
Y son tantos los que así se
expresan que es de suponer que será así. Pero, qué le vamos a hacer, es lo que
tenemos.
No vamos a pedirle peras al olmo,
como tampoco vamos a pedir a los personajes, los que vemos en la pequeña
pantalla y los que quedan ocultos detrás de ella, que nos enseñen dotes
culturales cuando carecen de ellas.
No nos engañemos, ni nos
enfurezcamos por tener que mirar esa bazofia (a fin de cuentas las mira quien
quiere), porque en definitiva lo que nos enseñan no es otra cosa que nuestro
reflejo, nuestro propio retrato. Es decir, son el pueblo, el mismo al que
pertenecemos.
Y no seamos hipócritas, no
critiquemos lo que tantos espectadores se regodean mirando diariamente.
Porque está muy claro. Si fueran
pocos los que miran esos programas bazofia, se eliminarían por sí solos.
Sucede otro tanto con las
prostitutas, sobre las que recaen todas las miradas cuando de criticar la
prostitución se trata.
A las mujeres que ejercen la
prostitución se las señala con el dedo acusador como única causa del vicio, y la
sociedad, distraída y cómoda, como le viene tan cuesta arriba pensar, se olvida
de los que pagan y arremete contra las que cobran.
También aquí la sociedad comete
un gran error, porque si no hubiera clientes la profesión no tendría
continuidad.
¡Ah, que no se puede abolir!
Pues, muy bien. No lo critiquemos.
Podríamos decir lo mismo de otros
muchos campos. Por ejemplo, de los políticos.
Es posible que la mala fama que sufren
los políticos la hayan ganado a pulso, pero no divaguemos, ellos son también un
reflejo de la sociedad de la que formamos parte. Por eso nos vemos reflejados
en ellos. Y por eso muchos de los que les critican, en el fondo envidian al
personaje porque quisieran estar en su lugar, figurar como ellos, y tener sus
privilegios.
En realidad, sus críticas
expresan que en su más íntimo sentir lo que ansían es ocupar su puesto.
Y modestamente, cabe preguntarse
si nosotros lo haríamos mejor.
Podremos decir de ellos que son
ambiciosos, egoístas, y muchas cosas más, pero es lo que hay. Salen del pueblo…
elegidos.
Y aquí ya no cabe la pregunta,
somos nosotros, y no ellos, los culpables. Lo mismo que en la televisión. No es
ésta, sino los espectadores. Como no son las prostitutas, sino los clientes.
Al menos a partes iguales.
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