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jueves, 29 de marzo de 2012

LO QUE NOS PASA (Salvador Moret)


Oímos a la gente demasiado a menudo quejarse de los políticos, y aunque no ignoramos que quejarse es un mal habitual nacional, que esas quejas se repitan con tanta frecuencia es señal de que existe una degradación del colectivo que nos gobierna.
La corrupción es la palabra más usada en esas quejas, y la repetimos con tanta naturalidad que ya no nos escandalizamos de lo que significa. Ni de los montantes que surgen a la luz. O sea, asumimos que político es igual a corrupto. Y si alguien intenta hacernos ver lo contrario no lo discutimos, sino que no le escuchamos, porque interpretamos que lo único que quiere es vendernos el burro asegurando que es un pura sangre.
Probablemente no todos los políticos sean corruptos… en el mismo grado. Pero el que no lo es por activa lo es por pasiva. Como lo somos todos los demás.
Nos quejamos, nos quejamos, pero no hacemos nada para remediarlo. Y la excusa más manida es que no tenemos nada que hacer ante el gran aparato, porque nos aplastaría.
Y ante la impotencia, si acaso, entramos en la rueda de la corrupción… por activa o por pasiva.
¿Quién no conoce o ha oído hablar de alguien que está cobrando del paro y al mismo tiempo está trabajando sin darse de alta? Por ejemplo.
¿Quién, porque está enfadado con la empresa u otros motivos menos dignos de traer al papel, no reduce su esfuerzo en el trabajo por el que le pagan? Pongamos por caso.
¿Quién no oculta al fisco – o al menos lo intenta – ingresos de partidas posibles de enmascarar?
¿Quién no usa horas del trabajo para fines particulares?
Estas y quejas parecidas son hechos que viven en nuestro entorno cada día. Y ante proceder tan poco edificante nos justificamos diciendo que más roban los políticos, excusa que lava nuestra conciencia. Y así de tranquilos nos sentimos dignos de comulgar.
Como el daño viene de antiguo y ya lo vemos como una forma de vida, nos hemos habituado a quejarnos y al mismo tiempo a sacar nuestro beneficio particular, usando de nuevo la excusa que no hay comparación entre las monstruosidades que se llevan los políticos y las menudencias que nos podemos llevar nosotros.
Y eso es cierto, pero no nos sirve de excusa, porque el principio es el mismo. Si acaso, se puede añadir que los que tanto se quejan son mediocres. Se quejan, lloriquean, se lamen las heridas, y se sienten colmados con menudencias porque no se atreven a entrar en los grandes números. Pero sufren al ver cómo los osados, los sin escrúpulos se enriquecen con rapidez.
Con sus quejas esconden otros pecados, que por mediocridad, no se atreven a confesar: la envidia. 

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