Oímos a la gente demasiado a
menudo quejarse de los políticos, y aunque no ignoramos que quejarse es un mal habitual
nacional, que esas quejas se repitan con tanta frecuencia es señal de que
existe una degradación del colectivo que nos gobierna.
La corrupción es la palabra más
usada en esas quejas, y la repetimos con tanta naturalidad que ya no nos
escandalizamos de lo que significa. Ni de los montantes que surgen a la luz. O
sea, asumimos que político es igual a corrupto. Y si alguien intenta hacernos
ver lo contrario no lo discutimos, sino que no le escuchamos, porque interpretamos
que lo único que quiere es vendernos el burro asegurando que es un pura sangre.
Probablemente no todos los
políticos sean corruptos… en el mismo grado. Pero el que no lo es por activa lo
es por pasiva. Como lo somos todos los demás.
Nos quejamos, nos quejamos, pero
no hacemos nada para remediarlo. Y la excusa más manida es que no tenemos nada
que hacer ante el gran aparato, porque nos aplastaría.
Y ante la impotencia, si acaso,
entramos en la rueda de la corrupción… por activa o por pasiva.
¿Quién no conoce o ha oído hablar
de alguien que está cobrando del paro y al mismo tiempo está trabajando sin
darse de alta? Por ejemplo.
¿Quién, porque está enfadado con
la empresa u otros motivos menos dignos de traer al papel, no reduce su
esfuerzo en el trabajo por el que le pagan? Pongamos por caso.
¿Quién no oculta al fisco – o al
menos lo intenta – ingresos de partidas posibles de enmascarar?
¿Quién no usa horas del trabajo
para fines particulares?
Estas y quejas parecidas son
hechos que viven en nuestro entorno cada día. Y ante proceder tan poco
edificante nos justificamos diciendo que más roban los políticos, excusa que
lava nuestra conciencia. Y así de tranquilos nos sentimos dignos de comulgar.
Como el daño viene de antiguo y
ya lo vemos como una forma de vida, nos hemos habituado a quejarnos y al mismo
tiempo a sacar nuestro beneficio particular, usando de nuevo la excusa que no
hay comparación entre las monstruosidades que se llevan los políticos y las
menudencias que nos podemos llevar nosotros.
Y eso es cierto, pero no nos
sirve de excusa, porque el principio es el mismo. Si acaso, se puede añadir que
los que tanto se quejan son mediocres. Se quejan, lloriquean, se lamen las
heridas, y se sienten colmados con menudencias porque no se atreven a entrar en
los grandes números. Pero sufren al ver cómo los osados, los sin escrúpulos se
enriquecen con rapidez.
Con sus quejas esconden otros
pecados, que por mediocridad, no se atreven a confesar: la envidia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario