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sábado, 10 de septiembre de 2011

LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA (Salvador Moret)

Todavía los hay que comparan la doctrina comunista con la doctrina cristiana. Pero no tanto como en otras épocas, cuando era la comidilla de cada día. Era una teoría que pretendía equiparar los principios de las dos doctrinas, siempre perfectas, hay que reconocer. Las doctrinas, claro.

Pero como todas las modas tienen sus ciclos a aquella también le llegó la decadencia, y ahora a excepción de algún nostálgico, casi nadie habla de ello.

Es posible, no obstante, que si no se habla más de ese tema sea también porque muchos de aquellos que propagaban la equiparación, les conviene más callar.

Porque muchos de la pancarta y contra los ricos de entonces, que con el paso de los años han acumulado bienes y viven a cuerpo de rey en una gran mansión en la ciudad, poseen otra en la costa, otra más en el bosque, varios coches de alta gama, algún yate de muchos metros, y algunas joyas más que saltan menos a la vista, es comprensible que por tradición sigan declarándose de pensamiento comunista, pero por vergüenza procuren alejarse de esos círculos, o al menos, no aparecer demasiado en público.

Para aquellos que piensan un poco y no se dejan llevar por la pasión ciega, estos personajes son la decepción, porque con su proceder confirman que no existen ideologías puras, sino envidia y rencor hacia los que tienen lo que también a ellos les gustaría tener.

Por lo tanto, queda meridianamente claro que una cosa el la teoría y otra muy distinta la práctica.

Sucede otro tanto con la doctrina cristiana. Es muy fácil llamarse creyente, buen cristiano, católico practicante, y cosas así. Pero si los ejemplos no acompañan a las palabras y lo que esa gente lo que muestra en realidad es la avaricia, el egoísmo, la acumulación de bienes, y como resultado las obras de caridad que practican se limitan a repartir alguna que otra migaja de lo que les sobra, no será extraño que nadie crea lo que dicen.

Irremisiblemente, estos personajes son la gran decepción de los humildes.

Tal vez sea cierto aquello que se dice de que los extremos se tocan.

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