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domingo, 18 de septiembre de 2011

EGOCENTRISMO (Salvador Moret)

Las vacaciones tocaban a su fin. La vida en la ciudad retomaba la animación habitual, nada agradable, por cierto, con su ajetreo enloquecedor, los empujones, las colas, el ruido, el tráfico.

Florencio, que este año se había permitido alejarse durante tres meses de ese barullo, lamentó enseguida sus ansias de volver. Sí, porque cuando todavía le faltaba un mes para el regreso, ya estaba deseando volver. Se aburría, decía. Pero también se aburría antes de irse de vacaciones, por eso las planificó para pasar tres meses en otros parajes lejos de casa. Seguramente pensó que su visión del mundo, sus creencias, sus deseos y todo lo que se relacionaba con su persona y su sentir iban a cambiar por el simple hecho de cambiar de lugar.

Hacía dos semanas de su regreso y ya estaba añorando volver a marcharse.

Florencio, su proceder no dejaba lugar a dudas, era de esas personas que ven siempre la zanahoria al alcance de la mano pero nunca la alcanzan, porque cuando alargan el brazo la zanahoria se desplaza otro tanto.

Era el segundo verano tras su jubilación. El primer año, todavía entusiasmado con la de cosas que tenía que hacer, se quedó en casa. Creía que le faltaría tiempo para terminar todo lo que tenía pendiente de solucionar. Pero no fue así.

La jubilación le llegó en junio, y calculó que hasta Navidad no habría terminado con sus quehaceres. Se equivocó. A mediados de julio ya no sabía cómo emplear el tiempo, y ya metidos en agosto comenzó a aburrirse. Demasiado tarde para organizar un viaje de vacaciones – se dijo. Pero al mismo tiempo se planteó no repetir la experiencia al año siguiente.

Se iría todo el mes de agosto. Seguro que será suficiente – pensaba. Pero pasó el invierno aburridísimo, malhumorado, sin iniciativa para enfrentarse al mínimo reto y en abril comenzó a pensar que un mes de vacaciones sería poco. Y como seguía sin soportar la languidez de los días, cambió sus planes. Dos meses. Sí, se iría dos meses. En mayo ya no aguantaba más, así que decidió marcharse en junio. ¡Por fin! A Florencio le pareció que el inicio de las vacaciones era la misma felicidad.

Pero pronto comenzaron a hacérsele largos los días. También en vacaciones. Estaba decepcionado y deseando volver a su casa.

Y Florencio, que no tenía amigos, que apenas reía, que nunca se ocupaba de lo que no fuera su persona… se extrañaba de tener que vivir en ese ostracismo y sin alcanzar la tranquilidad espiritual.

Nadie le había dicho nunca que pensar en los demás ahuyenta los demonios interiores.

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