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domingo, 17 de julio de 2011

LOS PÍCAROS

Decir a estas alturas que la picardía forma parte del sentir español no es descubrir nada. Lo curioso, sin embargo, es que según la ocasión nos enorgullecemos de ello o nos sentimos ofendidos.

O sea, si pensamos en El Buscón o en El Lazarillo de Tormes, por ejemplo, pasamos enseguida a presumir de las letras españolas, de nuestros antepasados y todo eso. Pero si alguna de nuestras eminencias actual comete una barrabasada y no abandona su cargo, y encima de forma chulesca desafía a quien se lo recrimina, naturalmente nos enfadamos con esos que nos representan.

(Admitamos que según el color los habrá que verán bien ese acto picaresco, pero eso, como decimos, depende del color)

Y, nos guste o no, queramos admitirlo o no, el hecho es que se ha consumado la bribonada.

Reímos cuando leemos las travesuras que nos cuentan los clásicos, pero ante las actuales fechorías, unos cierran los ojos y hasta se alegran, y otros se enfurecen. Y pocos lo ven como un acto picaresco.

Y eso que los pícaros actuales son más dañinos que los antiguos. Pero tal vez como éstos quedan tan lejos y fuera de nuestro alcance... o lo que es peor, como nos han enseñado a reír esas gracias que exhibe el ingenio del provocador, seguimos riendo de buena gana sin reparar en las consecuencias del perjudicado. Y nos quedamos tan contentos.

Porque, que el lazarillo le diga al ciego que salte la acequia para que se dé de frente contra el muro, es una insignificancia comparada con un caso Faisán, Gürtel, Nerca o un Gandón cualquiera.

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