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lunes, 25 de enero de 2010

AL DIA

Seguro que también usted lo habrá vivido en más de una ocasión. Y seguramente también se habrá irritado por ello.

Usted entra en una oficina de banco para pagar un recibo. Llega antes de las nueve y media porque ayer ya le advirtieron que tenía que volver otro día antes de esa hora. Pero delante de usted hay cinco más que también esperan. Y usted, que ha dejado el coche mal aparcado pensando que era cosa de coser y cantar, se encuentra mirando cómo pasan los minutos del reloj que pende de la pared detrás de la joven cajera.

Los minutos van pasando, ni más lentos ni más deprisa que otras veces, aunque a usted en esos momentos le parezcan eternos. Y la cajera, ajena al nerviosismo que muestran los clientes que esperan, parece no tener conmiseración con ellos, y usted llega a pensar que precisamente hoy hace más lento que nunca.

La irritación llega a ser insoportable cuando unsted observa que tres empleados más (estos sí que no tienen en cuenta a los clientes) sentados a sus mesas, telefonean, ríen, se comentan sus cuitas... como si no tuvieran nada que ver con lo que les rodea.

A usted no sé, pero a mí estas situaciones me sacan de quicio.

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