A veces me
pregunto quiénes son estos personajes que se erigen en padres de la patria con
derecho a decidir lo que está bien y lo contrario. Y en consecuencia, con sus
decisiones nos someten a su albedrío.
Se justifican
diciendo que fueron elegidos por el pueblo. Pero, ¡qué ironía!
Porque no
siempre fueron elegidos por el pueblo, y sin embargo, también ellos se cansaban
de decir que trabajaban para los vecinos, y que en sus decisiones siempre
prevaleció el beneficio de los ciudadanos.
Un sarcasmo.
Porque, la
realidad es que tanto antes como ahora, por mucho que digan que trabajan por y
para el pueblo, el hombre de a pie se las ve y se las desea para llegar a fin
de mes. Como antes. Como siempre.
Eso, en
aquellos casos a los que sonríe la fortuna y todavía trabajan.
Y mientras, muy
al contrario de la inmensa mayoría, estos personajes que nos dirigen, no
necesitan esperar angustiados al final del mes para poder salir un sábado a
cenar con unos amigos.
A lo mejor es
porque no los tienen – podrá pensarse. Pero, no, el motivo es porque, cargados
de privilegios, la economía no les impide disfrutar de los pequeños goces no
importe la fecha.
Y no
contentos con esos privilegios, y por supuesto para poder seguir disfrutando de
ellos, lo que sí necesitan es seguir esquilmando al ciudadano, y para ello,
nada más a mano que sacarse de la manga una nueva la Ley.
La Ley, esa
cosa tan volátil actualmente, dicta los impuestos, las tasas, los recargos, los
permisos, y una larga, larguísima retahíla de pagos que, a mayor incremento de
privilegios, mayores porcentajes a satisfacer en esos impuestos, tasas y demás
pagos que marca la Ley.
La Ley.
Me produce
inquietud oír esta palabra en boca del ministro de hacienda.
Y la Ley, como
si de algo divino se tratara, de pronto dice que de los intereses de sus
ahorros pagará usted, no el 10% como hasta ahora sino el 20%. Y el impuesto del valor añadido, que antes
era 18%, ahora será 21%. Y así sucesivamente con todo lo que tenga que ver con
las decisiones que se le ocurran a la Ley, esa cosa abstracta e imprecisa, así
sea el abono del autobús, el impuesto de circulación o la tasa medioambiental.
Lo más reciente
es el 20% que tendrá que abonar el afortunado que gane un premio de lotería. Decisión
nueva que ha acordado la Ley.
Las ansias de
recaudación son inagotables. Porque, haga usted cuentas y verá lo que es Estado
puede llegar a recaudar cada día del año.
Es lo que le
ocurrió a un conocido afortunado apenas hace unos días, que acertó un boleto de
22 millones de euros, y de una tacada – decía el conocido afortunado – el
Estado, sin arriesgar nada, recoge cuatro y casi medio de esos 22 millones. Solo
de ese sorteo, claro.
Con tantos
privilegios a satisfacer, es evidente que cada día somos más pobres, con la
amarga sensación de siempre, de antes y de ahora, de que el reparto de la carga
sigue sin estar equilibrado.
¡Y no nos
rebelamos! Qué extraño.
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