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Te veo muy pensativo hoy – decía Daniel, mirando a su
amigo Arturo con detenimiento – ¿Te ocurre algo?
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Estoy preocupado. Mi nieta ha decidido irse a Alemania.
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¿También Irene? ¡Hay que ver lo que esta dichosa crisis
está socavando la sociedad! Cada día se oye con más insistencia los jóvenes que
tienen que irse por no encontrar trabajo aquí. Pero, en fin, no te aflijas.
También ella sabrá salir adelante.
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De eso no tengo la menor duda. Lo que me enfurece es
tener que reconocer que somos una sociedad que no hemos sabido aprovechar la
época de las vacas gordas; que hemos despilfarrado fortunas en la creencia de
que ya éramos ricos, y nada más el viento ha comenzado a soplar en contra, todo
el andamiaje se nos ha venido abajo.
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Sabes que no es exactamente así, porque muchos, los más
vivos, sí que han sabido aprovechar el flujo de capitales que llegaban de la
Unión Europea, y míralos ahora, bien posicionados, ricachones, y, a pesar de la
crisis que nos ahoga, ahí los tienes, sin ánimos de apretarse el cinturón,
demostrándonos que la crisis no va con ellos.
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Esa es la cuestión. Y por eso me enfado. Que por una
mala gestión del dinero público muchos jóvenes tengan que irse a otro país a
labrarse su futuro.
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¡Pero, qué dices Arturo! Te expresas como si eso fuera
algo nuevo. ¿Qué tuvimos que hacer nosotros siendo jóvenes? Y mucho antes que
nosotros. ¿Te acuerdas a principios de los años cincuenta cuando el puerto de Barcelona
no daba abasto a embarcar aquel interminable flujo de jóvenes y no tan jóvenes,
también con el afán de buscar un futuro en Santo Domingo? ¿Te acuerdas que ya
entonces quisimos enrolarnos en uno de esos barcos y no pudimos embarcar porque
nos faltaba cumplir el servicio militar?
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Sí, claro que me acuerdo. Y también me acuerdo que por
esas mismas fechas se puso de moda emigrar a Argelia, que muchos decían
Francia, embarcando también en el puerto de Barcelona. Y después vino la
emigración a Francia, esta vez cruzando los Pirineos. Y poco más tarde, la gran
emigración: Alemania.
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Así es. A nosotros nos pilló ya en Holanda, y no nos
fue mal allí. ¿Y por qué regresamos? Estábamos bien; habíamos hecho nuestras
sus costumbres; estábamos aclimatados.
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Ya sabes por qué regresamos. La nostalgia. Esa cosa etérea
que solamente se encuentra en nuestras mentes.
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Y no nos arrepentimos del regreso, ¿te acuerdas,
verdad?
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Al principio, sí, un poco, pero pronto lo superamos. Y
no obstante, ahora, ¡qué pena!
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Nosotros siempre hemos defendido la idea de emigrar, de
ver mundo y enfrentarse a lo desconocido, porque son experiencias que forjan.
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Es cierto, pero clama al cielo que haya que hacerlo por
necesidad; porque en tu tierra no vislumbras un futuro, como nos pasó a
nosotros, y coma ahora les pasa a los jóvenes. A menor escala, es lo que sucede
en el campo español, que se desertiza por falta de mano de obra, porque los jóvenes,
ante las débiles perspectivas que ofrece el terruño, huyen a la ciudad.
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Ahora, con la marcha de Irene, podemos decir que se
cierra el ciclo.
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No se cierra, sino continúa.
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