Esas declaraciones
que hacen ciertos gobiernos de la Unión Europea de España encienden la sangre a
cualquiera. A cualquiera de los penibéticos, claro. Desde más allá de los
Pirineos nos miran con desconfianza, nos tratan de vagos e informales, nos
quieren cerrar el grifo del crédito, y todo eso porque dicen que las ayudas las
utilizaremos para seguir holgazaneando.
Es muy
injusto, y es lógico que aquí más de uno eche chispas contra los finlandeses,
los holandeses, los alemanes, y todos los que van llegando con esas
exclamaciones ofensivas hacia nosotros.
Pero cuando
nos sosegamos y miramos alrededor y observamos ese vasto panorama de los ERES con los
secesionistas al fondo nos ponemos a temblar. Y si seguimos mirando seguimos
viendo cómo todos, sí todos esos que en alguna ocasión ocuparon puestos de
importancia en el gobierno – escasas veces con acierto, hay que advertir – y vemos cómo antiguos ministros y jefes del
estado, antiguos secretarios de estado, antiguos cargos públicos, todos ellos,
digo, los vemos ocupando cargos tal vez de menor importancia, pero tan bien o
mejor remunerados que los puestos que ocuparon anteriormente – a pesar de sus
errores que después pagamos los demás, hay que insistir. Y con este panorama
uno entiende el escepticismo que despiertan nuestras demandas de ayuda en
aquellos que han de soltar el dinero.
En una
palabra: no somos de fiar.
Podremos
sentirnos ofendidos, y hasta cabreados, pero por mucho que nos duela, recogemos
la mies de lo que hemos cosechado.
Es
lamentable, y hasta injusto, que la mala labor de unos gobernantes ineptos y
egoístas, recaiga siempre y exclusivamente sobre los pueblos. Pero siempre fue
así, para desgracia del pueblo. La gente, que lo que quiere es trabajar y poder
vivir con cierta dignidad, deja en manos de los políticos – en parte de buena
fe y en parte porque no tiene otra opción – las decisiones de su futuro, y
cuando llega la hora de presentar cuentas el único chivo expiatorio de la mala
gestión de los sátrapas, es el pueblo. Nunca un político admitirá un error o
una equivocación.
Y la historia
se repite por los siglos de los siglos.
En otras
épocas la mala gestión de los políticos abocaba a la gente a la guerra. Hoy abocan
a la gente humilde a la miseria, que no es tan sangrienta pero no es menos nociva,
mientras ellos, encerrados en sus círculos impenetrables, siguen disfrutando de
sus privilegios, y se niegan, por activa y por pasiva, a ceder uno solo de
ellos.
Tal vez el
mismo pueblo sea el culpable de esta situación, que sin pretenderlo ha
alimentado a una fiera que se ha convertido en un monstruo y que amenaza con
devorarnos.
Y en estas
circunstancias, ¿usted prestaría dinero a alguien que, insaciable, manirroto y
derrochador, engulle sin medida todo lo que queda al alcance de su mano?
Podremos
sentirnos molestos o enfadados con nuestros vecinos, pero si hasta nosotros reconocemos
los abusos de nuestros políticos, ¡cómo no van a desconfiar de ellos los demás!
Solo de
pensarlo siento pavor.
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