Parece ser
que últimamente, según anuncia la iglesia, hay una nueva ola entre los jóvenes
que retornan a la fe cristiana. De lo cual se desprende que ha habido una época
de alejamiento. Los mayores saben del fenómeno.
Porque en los
años cuarenta y posteriores, cuando la iglesia dominaba los más diversos
aspectos de la vida del ciudadano y junto al estado se permitía hacer y decir
cosas que hoy por excedidas nos hacen dudar de la verdadera finalidad de
aquellas enseñanzas, la gente acudía en masa al culto dominical, unas veces sumisa
y otras intimidada.
No eran
todos, pero sí una mayoría.
Poco después,
cuando las relaciones entre la iglesia y el estado comenzaron a distanciarse, coincidiendo
con la apertura a cierta libertad de expresión y el acceso a otras culturas, la
gente comenzó a alejarse de la institución. Muchos, horrorizados de lo que
habían tenido que escuchar.
No fueron pocos
los que se dieron cuenta de que no había sido escuela de religión, sino
enseñanzas de animadversión y trato como se trata a personas de inteligencia menguada.
Decían, por ejemplo, que los protestantes eran poco menos que salvajes ignorantes.
A otras culturas y religiones se las consideraba como almas perdidas a las que
había que mirar con lástima por su desgracia de no conocer las enseñanzas de la
Iglesia Católica Romana.
Y que éramos
la reserva espiritual del mundo nos hizo creer que más allá de los Pirineos solo
existía la noche.
Después, nada
extraño, sobrevino el desencanto y la decepción. La devoción que mostró esa
generación cayó a niveles que asustó a la iglesia, que, sin mencionar sus
errores, se aprestaba a iniciar la travesía del desierto.
Muchos años
más tarde, los jóvenes parece que vuelven a escuchar la palabra de Dios, con
una iglesia adaptada a los tiempos que corren.
No todos los
jóvenes, pero sí una buena parte de ellos.
Este acaecer
de los acontecimientos es una prueba palpable de la eterna ley del péndulo que
muchos conocemos, pero que al parecer, aquellos que dirigen nuestro destino
todavía no han oído hablar de esa ley tan elemental.
Esos ciclos,
en los que se alternan la aceptación y el rechazo, se producen en todos lo
aspectos de la vida en común, y es consecuencia del proceder del hombre cuando
se siente poderoso y, a veces sin pretenderlo y en ocasiones empleándose a
fondo con saña, tiende a abusar de su poder, causando graves daños en el
subordinado que, más tarde, al descubrir que ha sido objeto de manipulación se
siente humillado y con deseos de resarcirse de los agravios sufridos.
Viendo lo que
actualmente está sucediendo en Cataluña, cuyas actuales enseñanzas son
torcidas, tendenciosas y malintencionadas, ese cambio de ciclo llegará también
a los catalanes, porque cosas como que el Ebro es un río catalán, como si
naciera en Mora del Ebro; o que los romanos alcanzaron Cataluña, y por desinterés
en el resto de la península no pasaron de ahí; o que Cataluña siempre fue
autónoma hasta que la invadieron los españoles, son enseñanzas tan ridículas y alejadas
de la verdad que cuando pasen los años, esos jóvenes de hoy accederán a otras lecturas
y descubrirán la de sandeces que se les inculcó en su juventud.
Y no habrá
que extrañarse que maldigan a los responsables que los tomaron por idiotas.
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