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domingo, 20 de mayo de 2012

PICARESCA (Salvador Moret)


A los españoles no nos es desconocida la picaresca. Está en nuestros genes. Y por cómo hacemos gala del hecho, todo apunta a que lo vemos con buenos ojos. Y hasta nos reímos cuando nos cuentan alguna de esas envenenadas gracias.
Pero, ¿qué sucede si la víctima de una de esas jugarretas nos atañe directamente? Pues, eso. Entonces ya no nos reímos, sino nos revolvemos, juramos y perjuramos.
Lo malo de la picaresca es que crea desconfianza. Los que defienden esta práctica – porque aunque no lo parezca, todavía los hay que la defienden – argumentan que eso es fruto del ingenio español.
En la olvidada y triste época del estraperlo se contaban cosas estremecedoras de estos desalmados. Porque eso eran aquellos que se aprovechaban de las incautas e inocentes víctimas con engaños de miseria, generalmente gente de mínimos recursos. El engaño les permitía cenar esa noche. La misma cena que esa misma noche prescindiría su víctima.
La pobreza material fue acabándose, afortunadamente, y parecía que ya no era necesario el uso de la picaresca para sobrevivir. Craso error. Es cierto que se comenzaba a vislumbrar el bienestar, pero el codicioso nunca se siente saciado. Eso sí, la picaresca se trasladó a otros círculos, y aunque los actos de los pícaros continuaban siendo miserables, porque el engaño siempre es un acto miserable, los engaños ya no se limitaban a miserias sino que se convirtieron en pelotazos bien sustanciosos.
El gobierno español está ahora poniendo las bases para resurgir del agujero en el que nos había sumido tanto desmadre. Al menos así justifican los recortes de salarios, despidos y mermas de pensiones y de bienes sociales a los que ya estábamos acostumbrados e, inocentemente, creíamos que teníamos garantizados de por vida.
Bien estarían las medidas que está tomando el gobierno si efectivamente nos llevaran a un futuro más halagüeño. Y por el bien de todos, ojalá lo consiga.
Pero los políticos hace mucho tiempo que perdieron la credibilidad, precisamente por aquello de la picaresca.
Y no obstante, si este gobierno consigue recuperar parte de esa credibilidad perdida, nos queda esa otra parte muy del español, a saber: quítate tú que me pongo yo. O dicho en otras palabras: yo hago lo opuesto de lo que hace el otro.
O sea, es otra forma de picaresca, y otra forma de perder la credibilidad.
Porque lo que trasciende al español medio, ese modesto empleado que aspira a trabajar y vivir decentemente con miras a pequeñas mejoras que le permitan mantener una cierta ilusión por qué vivir, es que los políticos nos engañan, o al menos lo pretenden,  con ese verbo típico que unas veces suena a púlpito y otras a arengas populares.
Es el antiguo tocomocho.
Es la moderna picaresca.

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