Allá por los
años cincuenta, Daniel era un joven con la cabeza llena de ideas, todas ellas
encaminadas a cambiar el mundo.
Nada nuevo.
Como cualquier joven en no importa qué época.
Una de esas
ideas, según su criterio la más importante, era la restauración de libertad de
prensa, que como bien sabemos en aquellos tiempos era inexistente.
Y como de las
carencias surgen los apetitos, y también las esperanzas, Daniel tenía el
convencimiento de que todos los males de España se acabarían el día que los
españoles pudiéramos acceder a las noticias desde un plano neutral. O sea, el
suceso visto por los que lo defienden… y por los otros.
Pero eso a
Daniel, en aquellos años cincuenta, le parecía una quimera. Lo veía lejos, muy
lejos. Y eso que tenía tanta esperanza como apetito.
La esperanza,
no obstante, le sosegaba, porque sabía que llegaría el día, aunque lejano, que
sería realidad, pero el apetito era demasiado como para esperar tanto tiempo.
Un Calvario.
Años más
tarde, por fin, la gente comenzó a percibir indicios en esa dirección. Y un día,
inesperadamente, se abrieron las puertas de par en par. Y no solo Daniel, sino
muchos que como él tenían los mismos sueños y deseos, confiaron que desde ahora
las cosas serían muy diferentes.
Y creyeron
también que habían alcanzado la meta, cuando en realidad se hallaban en el
punto de salida.
Pero en aquel
momento Daniel no lo percibió así. Para él se había logrado aquello tantas
veces añorado, como era la libertad de prensa que, al principio le pareció lo
más grandioso del mundo. ¡Qué gozada poder elegir quién me cuenta los hechos! –
pensaba.
Y para estar
seguro de las diferencias compraba los diversos periódicos que se publicaban.
Y, ¡qué delicia! Lo que él siempre soñó ya era un hecho.
Pero, ironías
de la vida. A no tardar, una cierta sensación de desengaño comenzó a sobrevolar
el entorno turbando su mente y sus anhelos. Aquello no era lo que él se imaginó
en su día sobre la libertad de prensa. Primero las noticias parecían escritas
por la misma mano, y más tarde cada periódico comenzó a decantarse en una
dirección determinada.
Esta tendencia
divergente aumentaba con el tiempo de tal forma que las noticias parecían
contradictorias. Naturalmente a Daniel no se le escapaba que algún periódico no
era limpio, o tal vez ninguno. Y no digamos la televisión. Las noticias se
tergiversaban descarada y tendenciosamente, tanto que a Daniel comenzaron a
darle náuseas los periódicos… y la televisión.
Muy al
contrario de cuando aun era un muchacho con deseos de cambiar el mundo, ahora
él deseaba que no cambiara nada.
Y en cuanto a
la libertad de prensa, acabó desengañado por completo, convencido de que los
que escriben están al servicio de otros intereses.
Y no es que
añorara la época de su juventud, pero la manipulación actual, tal vez le
parecía mucho más perversa que la falta de libertad de prensa.
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