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martes, 8 de mayo de 2012

LIBERTAD DE PRENSA (Salvador Moret)


Allá por los años cincuenta, Daniel era un joven con la cabeza llena de ideas, todas ellas encaminadas a cambiar el mundo.
Nada nuevo. Como cualquier joven en no importa qué época.
Una de esas ideas, según su criterio la más importante, era la restauración de libertad de prensa, que como bien sabemos en aquellos tiempos era inexistente.
Y como de las carencias surgen los apetitos, y también las esperanzas, Daniel tenía el convencimiento de que todos los males de España se acabarían el día que los españoles pudiéramos acceder a las noticias desde un plano neutral. O sea, el suceso visto por los que lo defienden… y por los otros.
Pero eso a Daniel, en aquellos años cincuenta, le parecía una quimera. Lo veía lejos, muy lejos. Y eso que tenía tanta esperanza como apetito.
La esperanza, no obstante, le sosegaba, porque sabía que llegaría el día, aunque lejano, que sería realidad, pero el apetito era demasiado como para esperar tanto tiempo. Un Calvario.
Años más tarde, por fin, la gente comenzó a percibir indicios en esa dirección. Y un día, inesperadamente, se abrieron las puertas de par en par. Y no solo Daniel, sino muchos que como él tenían los mismos sueños y deseos, confiaron que desde ahora las cosas serían muy diferentes.
Y creyeron también que habían alcanzado la meta, cuando en realidad se hallaban en el punto de salida.
Pero en aquel momento Daniel no lo percibió así. Para él se había logrado aquello tantas veces añorado, como era la libertad de prensa que, al principio le pareció lo más grandioso del mundo. ¡Qué gozada poder elegir quién me cuenta los hechos! – pensaba.
Y para estar seguro de las diferencias compraba los diversos periódicos que se publicaban. Y, ¡qué delicia! Lo que él siempre soñó ya era un hecho.
Pero, ironías de la vida. A no tardar, una cierta sensación de desengaño comenzó a sobrevolar el entorno turbando su mente y sus anhelos. Aquello no era lo que él se imaginó en su día sobre la libertad de prensa. Primero las noticias parecían escritas por la misma mano, y más tarde cada periódico comenzó a decantarse en una dirección determinada.
Esta tendencia divergente aumentaba con el tiempo de tal forma que las noticias parecían contradictorias. Naturalmente a Daniel no se le escapaba que algún periódico no era limpio, o tal vez ninguno. Y no digamos la televisión. Las noticias se tergiversaban descarada y tendenciosamente, tanto que a Daniel comenzaron a darle náuseas los periódicos… y la televisión.
Muy al contrario de cuando aun era un muchacho con deseos de cambiar el mundo, ahora él deseaba que no cambiara nada.
Y en cuanto a la libertad de prensa, acabó desengañado por completo, convencido de que los que escriben están al servicio de otros intereses.
Y no es que añorara la época de su juventud, pero la manipulación actual, tal vez le parecía mucho más perversa que la falta de libertad de prensa.

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