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lunes, 7 de mayo de 2012

LA HORA DEL PITILLO (Salvador Moret)


Solían salir siempre las mismas compañeras, y siempre a la misma hora. Eran cinco enfermeras, todas solteras o sin pareja, cuyas edades oscilaban entre los treinta y cinco y los cuarenta. Los temas de conversación eran muy variopintos, pero el día que la cogían con los hombres, felices ellos que no escuchaban sus comentarios.
Unas más que otras, la crítica era su bandera.
¡Y qué decir en cuanto a guardar las formas! Las últimas disposiciones prohibían fumar en los alrededores del hospital, pero aprovechando una puerta que daba a una callejuela sin apenas circulación, miraban las normas con la mayor indiferencia.
-         ¿No ha llegado Clara todavía? – preguntó Isabel. Y sin perder tiempo, sonriente pero con malicia, añadió – seguro que está con el jefe que, con tal de hacerle la pelotilla, lo que haga falta.
-         El jefe tiene fiesta hoy – atajó Pepa, molesta por las insidias de Isabel, y añadió – Clara se ha quedado atendiendo al último paciente.
-         ¡Ah! no me extraña – replicó Isabel, que con tal de criticar tanto le daba un contenido como otro – ya sabemos que los pacientes son su pasión, y para ganarse su admiración, entre sonrisa y sonrisa no deja de darles jabón.
Por el pasillo vieron llegar a Clara. Venía con paso apresurado y una amplia sonrisa en el semblante.
El conato de discusión quedó en el mayor silencio.
-         Perdonad el retraso – dijo Clara con voz entrecortada por el sofoco al tiempo que encendía un pitillo – los pacientes, a veces, necesitan hablar y… bueno, ya sabéis, hay que escucharles.
Curiosamente fue Isabel la primera que salió a halagar a la recién llegada. Ninguna de las compañeras se extrañó del cambio de tono y de posición. Todas sabían cómo era Isabel.
-         Me parece estupendo tu proceder con los pacientes, Clara – convino la misma que un minuto antes la reprochaba con sordidez.
-         No entiendo cómo puedes decir esas cosas, Isabel. Apruebas lo que hace Clara, cuando tú haces lo contrario – apuntó Julia en un tono claramente irónico.
-         No es cierto – defendió Isabel aspirando el pitillo con avaricia, y al parecer sin que le molestara el ataque de su compañera Julia.
-         ¡Cómo que no! Tú misma lo has dicho más de mil veces cuando llegas aquí tronando y disparatando por lo pesados que te caen los pacientes.
-         Sí, claro. Reniego cuando llega uno de esos que no hace más que preguntar tonterías. ¿Es que no renegamos todas?
-         Sí, pero no con la frecuencia que lo haces tú. Eso tienes que reconocerlo – terció Blanca, disponiéndose a encender su tercer pitillo.
-         Vosotras habláis así, pero cuando llega uno de esos viejos que te atosiga a preguntas, y a veces hasta con exigencias, ¿qué hacéis vosotras? Pues eso, renegar. Y sé que alguna de vosotras hasta los trata peor que yo.
-         Es la hora – intervino Clara que en ese momento terminaba su pitillo.
Hablando y gesticulando se adentraron por el pasillo. Clara e Isabel iban delante, probablemente intentado explicar sus posiciones, mientras que las otras tres, convenían el cariño que mostraban los pacientes por Clara. Como la aversión que despertaba Isabel en casi todos ellos.
Tampoco ninguna de ellas dudaba por qué era así.

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