Solían salir siempre las mismas
compañeras, y siempre a la misma hora. Eran cinco enfermeras, todas solteras o
sin pareja, cuyas edades oscilaban entre los treinta y cinco y los cuarenta.
Los temas de conversación eran muy variopintos, pero el día que la cogían con
los hombres, felices ellos que no escuchaban sus comentarios.
Unas más que otras, la crítica
era su bandera.
¡Y qué decir en cuanto a guardar
las formas! Las últimas disposiciones prohibían fumar en los alrededores del
hospital, pero aprovechando una puerta que daba a una callejuela sin apenas
circulación, miraban las normas con la mayor indiferencia.
-
¿No ha llegado Clara
todavía? – preguntó Isabel. Y sin perder tiempo, sonriente pero con malicia,
añadió – seguro que está con el jefe que, con tal de hacerle la pelotilla, lo
que haga falta.
-
El jefe tiene fiesta
hoy – atajó Pepa, molesta por las insidias de Isabel, y añadió – Clara se ha
quedado atendiendo al último paciente.
-
¡Ah! no me extraña –
replicó Isabel, que con tal de criticar tanto le daba un contenido como otro –
ya sabemos que los pacientes son su pasión, y para ganarse su admiración, entre
sonrisa y sonrisa no deja de darles jabón.
Por el pasillo vieron llegar a
Clara. Venía con paso apresurado y una amplia sonrisa en el semblante.
El conato de discusión quedó en
el mayor silencio.
-
Perdonad el retraso
– dijo Clara con voz entrecortada por el sofoco al tiempo que encendía un pitillo
– los pacientes, a veces, necesitan hablar y… bueno, ya sabéis, hay que
escucharles.
Curiosamente fue Isabel la
primera que salió a halagar a la recién llegada. Ninguna de las compañeras se
extrañó del cambio de tono y de posición. Todas sabían cómo era Isabel.
-
Me parece estupendo
tu proceder con los pacientes, Clara – convino la misma que un minuto antes la
reprochaba con sordidez.
-
No entiendo cómo
puedes decir esas cosas, Isabel. Apruebas lo que hace Clara, cuando tú haces lo
contrario – apuntó Julia en un tono claramente irónico.
-
No es cierto –
defendió Isabel aspirando el pitillo con avaricia, y al parecer sin que le
molestara el ataque de su compañera Julia.
-
¡Cómo que no! Tú
misma lo has dicho más de mil veces cuando llegas aquí tronando y disparatando
por lo pesados que te caen los pacientes.
-
Sí, claro. Reniego
cuando llega uno de esos que no hace más que preguntar tonterías. ¿Es que no
renegamos todas?
-
Sí, pero no con la
frecuencia que lo haces tú. Eso tienes que reconocerlo – terció Blanca, disponiéndose
a encender su tercer pitillo.
-
Vosotras habláis así, pero
cuando llega uno de esos viejos que te atosiga a preguntas, y a veces hasta con
exigencias, ¿qué hacéis vosotras? Pues eso, renegar. Y sé que alguna de
vosotras hasta los trata peor que yo.
-
Es la hora – intervino
Clara que en ese momento terminaba su pitillo.
Hablando y gesticulando se
adentraron por el pasillo. Clara e Isabel iban delante, probablemente intentado
explicar sus posiciones, mientras que las otras tres, convenían el cariño que
mostraban los pacientes por Clara. Como la aversión que despertaba Isabel en
casi todos ellos.
Tampoco ninguna de ellas dudaba
por qué era así.
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