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miércoles, 16 de mayo de 2012

LA VENGANZA (Salvador Moret)


La situación había llegado a su límite. La gente, tras un largo periodo de angustia e inseguridad, había perdido la credibilidad en sus gobernantes.
El gobierno actual era reciente. Un gobierno con mayoría absoluta salido de unas elecciones en las que muchísima gente, harta de un gobierno anterior ineficaz y corrupto, había puesto la esperanza en su capacidad para crear entusiasmo e ilusión.
Pero este nuevo gobierno tampoco conseguía lo tan largamente esperado. El paro aumentaba. Las familias perdían poder adquisitivo a pasos agigantados. Aquel estado de bienestar de no hacía mucho, se iba quedando rezagado para aquellos que el agua todavía no les llegaba al cuello, mientras que para muchos otros esa expresión ya pertenecía pasado. Un pasado tan lejano que casi parecía un sueño.
La gente, todavía paciente, veía cómo se le recortaban beneficios y derechos adquiridos, mientras los impuestos les iban ahogando cada vez más hasta apenas permitirles respirar. Y a la sombra de una pobreza cada vez mayor, crecía una nueva casta que, ajena a los acontecimientos del entorno, seguía disfrutando de privilegios, gastando sin recato alguno y despilfarrando el dinero que el Estado recaudaba con esos cada vez mayores impuestos.
Pero la paciencia no es infinita y las revueltas comenzaron a ser un espectáculo cotidiano.
Hasta ahora lo cotidiano fueron los escándalos de los recaudadores, con sus desfalcos, malversaciones y enriquecimientos ilícitos, sin que la justicia hiciera acto de presencia.
Ahora era el pueblo, cansado del vilipendio sufrido, quien protagonizaba persecuciones callejeras a esos aprovechados sinvergüenzas. Raro era el día que no se anunciara el ingreso en el hospital de algún político de esos que vivía a cuerpo de rey mientras millones de compatriotas, ¡millones!, no comían todos los días, eran desahuciados, les cortaban la luz por impago de recibos…
El desgobierno y la anarquía predominaban por doquier. Era el pago del olvidado, manipulado y exprimido pueblo durante muchos años a esa casta de vividores que ahora, asombrados, clamaban a la calma.
Era la venganza de la naturaleza ante el abuso.
Los perseguidos, ahora se acordaban del exhausto pueblo, pero no por reconocerse culpables o causantes del reinante caos, sino para acusarle de salvaje, cruel y desalmado.
¡No entendemos tanta ferocidad!, clamaban escandalizados todos esos que hasta ahora nunca se ocuparon más allá de su propia persona, y para mayor desvergüenza, añadían, ¡cuando durante tantos años hemos vivido en armonía y todos hemos disfrutado del bienestar!
¿Todos?
Y la naturaleza seguía vengándose de sus maltratadores. Porque, ya no eran heridos los que ingresaban en el hospital. Ahora ingresaban muertos.
¿Llegará el día que aprendan la lección esos que se arropan la aureola de superioridad?

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