La situación había llegado a su
límite. La gente, tras un largo periodo de angustia e inseguridad, había
perdido la credibilidad en sus gobernantes.
El gobierno actual era reciente.
Un gobierno con mayoría absoluta salido de unas elecciones en las que muchísima
gente, harta de un gobierno anterior ineficaz y corrupto, había puesto la
esperanza en su capacidad para crear entusiasmo e ilusión.
Pero este nuevo gobierno tampoco
conseguía lo tan largamente esperado. El paro aumentaba. Las familias perdían
poder adquisitivo a pasos agigantados. Aquel estado de bienestar de no hacía
mucho, se iba quedando rezagado para aquellos que el agua todavía no les
llegaba al cuello, mientras que para muchos otros esa expresión ya pertenecía pasado.
Un pasado tan lejano que casi parecía un sueño.
La gente, todavía paciente, veía
cómo se le recortaban beneficios y derechos adquiridos, mientras los impuestos les
iban ahogando cada vez más hasta apenas permitirles respirar. Y a la sombra de
una pobreza cada vez mayor, crecía una nueva casta que, ajena a los
acontecimientos del entorno, seguía disfrutando de privilegios, gastando sin
recato alguno y despilfarrando el dinero que el Estado recaudaba con esos cada
vez mayores impuestos.
Pero la paciencia no es infinita
y las revueltas comenzaron a ser un espectáculo cotidiano.
Hasta ahora lo cotidiano fueron
los escándalos de los recaudadores, con sus desfalcos, malversaciones y
enriquecimientos ilícitos, sin que la justicia hiciera acto de presencia.
Ahora era el pueblo, cansado del
vilipendio sufrido, quien protagonizaba persecuciones callejeras a esos
aprovechados sinvergüenzas. Raro era el día que no se anunciara el ingreso en
el hospital de algún político de esos que vivía a cuerpo de rey mientras
millones de compatriotas, ¡millones!, no comían todos los días, eran
desahuciados, les cortaban la luz por impago de recibos…
El desgobierno y la anarquía
predominaban por doquier. Era el pago del olvidado, manipulado y exprimido
pueblo durante muchos años a esa casta de vividores que ahora, asombrados,
clamaban a la calma.
Era la venganza de la naturaleza
ante el abuso.
Los perseguidos, ahora se
acordaban del exhausto pueblo, pero no por reconocerse culpables o causantes
del reinante caos, sino para acusarle de salvaje, cruel y desalmado.
¡No entendemos tanta ferocidad!,
clamaban escandalizados todos esos que hasta ahora nunca se ocuparon más allá
de su propia persona, y para mayor desvergüenza, añadían, ¡cuando durante
tantos años hemos vivido en armonía y todos hemos disfrutado del bienestar!
¿Todos?
Y la naturaleza seguía vengándose
de sus maltratadores. Porque, ya no eran heridos los que ingresaban en el
hospital. Ahora ingresaban muertos.
¿Llegará el día que aprendan la
lección esos que se arropan la aureola de superioridad?
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