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domingo, 23 de junio de 2013

TÍTULOS UNIVERSITARIOS por Salvador Moret

Se habla mucho actualmente sobre la raquítica calidad de los universitarios. Hasta se dice que somos el país donde mayor es el tráfico de titulaciones ilegales. Personalmente pienso que esto último es un poco exagerado, pero después de ver tanto desmadre, no me atrevería a asegurar que no sea así.
Y es que, según aseguran personas cercanas a esos círculos, el reparto de titulaciones universitarias fraudulentas, en España se ejerce con suma frecuencia y con excesiva facilidad.
No sé por qué se rasgan las vestiduras esos personajes que, entre lloro y queja, lo denuncian como si les viniera de nuevas. Eso del soborno psicológico, más popular conocido como arrimarse a gente con influencia, es un rasgo muy antiguo y típico nuestro. Es decir, son cosas que vienen de lejos.
En los años cincuenta, y posiblemente ya en los cuarenta del siglo pasado, era muy frecuente acudir a las “amistades” a pedir un favor para el chico.  
-          Tú que tienes amistad con Don Joaquín, podrías decirle que tenga consideración con Pepito. El niño estudia mucho, pero con una ayudita, a lo mejor podría alcanzar hasta un notable alto.
Y ya sabemos, favores con favores se pagan.
Esas súplicas de recomendaciones; ese recurrir a las influencias; esa petición de favores; esa búsqueda constante de enchufes, se instalaron entre nosotros con facilidad pasmosa. Y crecieron. Y se ampliaron a los más diversos aspectos de la sociedad.
Las buenas relaciones entre los hombres son siempre convenientes, quién lo duda, pero llevadas al extremo pervierten.
El grado de corrupción que anida en nuestra clase política no ha llegado a nosotros de la nada. Tiene su origen en ese tipo de insignificantes deslices que, como ya sabemos, acaban con esa descomposición que tenemos instalada en nuestras clases de élite.
Y ciñéndonos a la cuestión universitaria, eso de arrimarse a las “amistades”, junto a esa permisividad de repetir cursos con tanta manga ancha, sin ningún género de dudas nos ha llevado a una calidad universitaria deplorable.
Seguramente usted también conoce algún caso como el joven que se inició en medicina cuando aun no tenía veintidós años y terminó la carrera con treinta y siete. Sin que hubiera interrumpido los estudios por motivos enfermedad, trabajo o cualquier otra causa, sino simplemente porque el sistema le permitía repetir, aplazar, saltarse asignaturas y, entretanto, vivir cómodamente.
O también es posible que haya oído hablar del hijo de algún vecino o conocido, o tal vez en su propia familia que, por ejemplo, con el título de óptico en el bolsillo, se haya visto obligado a trabajar gratis algunos meses, o años, en un dispensario de óptica para aprender su profesión.
Es cierto que una gran mayoría de estudiantes no se encuadra en este esquema, pero lamentablemente, por pocos que sean los que sí responden a él, son demasiados.
Una sociedad excesivamente permisiva conlleva una universidad poco rigurosa, que a su vez nos ofrecerá para el futuro una clase dirigente escasa, o tal vez carente, de principios morales.

Lamentable, pero conocemos la historia.

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