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miércoles, 1 de febrero de 2012

TODO EN EL MISMO SACO (Salvador Moret)

Así, a simple vista, suena un tanto extraño que la sección de deportes incluya tanto el esquí, la Fórmula 1, el ajedrez, salto de pértiga, baloncesto, petanca… y así hasta no acabar.
Una serie de actividades que ni se parecen ni se asemejan en lo más mínimo. Y no obstante, las incluimos todas en el mismo saco como lo más normal del mundo. Seguramente será la fuerza de la costumbre que, de tanto escucharlo, lo repetimos sin más cortapisas, de tal modo que nuestra mente ya lo asume como correcto.
Claro que si advertimos que la tendencia del hombre es a generalizar, lo de los deportes es peccata minuta.
Tendemos a generalizar olvidándonos de añadir, por ejemplo, “excepto”, y así la generalización deja de serlo. Pero, hoy vivimos deprisa, muy deprisa. Nos falta el tiempo, y procuramos recuperarlo eliminando lo prescindible.
Lo suyo sería añadir, por ejemplo, “exceptuando”, y así salvaríamos en parte la cuestión. Los periodistas anteponen siempre el “presunto” para evitar males mayores, ¿no? ¿Por qué, entonces, no se añade el “excepto” o “salvo excepciones” o algo similar para que los demás no entiendan, por ejemplo, que todos los políticos sin excepción son unos chorizos?
Y es que lo tenemos tan asumido que ya no nos molestamos en anteponer el “excepto” de rigor. Así, siguiendo el ejemplo anterior, cuando decimos que los políticos son todos unos chorizos, en el subconsciente sabemos que no es así, pero tal vez por comodidad nos abstenemos de añadir que siempre hay excepciones.
O, vaya usted a saber, quizás no es comodidad, sino que quien así se expresa solo dice lo que siente.
Lo que no cabe duda con esta costumbre de generalizar es que cuando nos ponemos a hacer valoraciones exageramos tanto que ni cuando cometemos las mayores aberraciones nos damos cuenta de ello. Decir, por ejemplo, que los japoneses llevan la cámara de fotografiar hasta cuando van al baño es faltar a la verdad. Y lo sabemos. O como mínimo lo intuimos cuando una lucecita allá en lo más hondo de nuestra conciencia nos lo está advirtiendo. Pero, ¡quién hace caso a estas banales advertencias!
Por eso nos expresamos incorrectamente más a menudo de lo que creemos.
Es lo malo que tienen las costumbres, que no solo decimos monstruosidades sin percatarnos, sino que de tanto repetirlas acabamos pensando que son así, hasta el punto que no distinguimos lo verdadero de lo falso.
Tal vez nos hemos vuelto tan hábiles e inteligentes que damos por hecho que los demás entienden lo que pretendemos transmitir digamos como lo digamos, y como tal, abreviamos. ¿Quién se asombra de los jeroglíficos que se cruzan en los mensajes telefónicos?
Probablemente, este proceder es la causa de un comportamiento generalizado que nos lleva a terminar cuanto antes lo que emprendemos. Importa menos si el origen es la falta de tiempo, la comodidad o la pereza.
Aunque, siempre hay excepciones, que meter a todos en el mismo saco es muy injusto.

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