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viernes, 10 de febrero de 2012

LOS REYEZUELOS (Salvador Moret)


Si uno se apresta a hojear por las mañanas los periódicos, se arriesga a enfrentarse a un gran dilema. O desiste de ello de inmediato o, en el mejor de los casos, acaba con una depresión de caballo.
¿El motivo? Que somos un país ingobernable. Aquí cada cual se monta su fábula de lo que tiene que ser la convivencia, y todos aquellos que discrepen son a despreciar. ¡Qué digo! Nada de desprecio. Eso es poco. Son a perseguir y aniquilar.
Claro que, cuarenta y cinco millones de personas discrepando unos de otros, o sea, cuarenta y cinco millones de opiniones diferentes dispuestos a no ceder ninguno de ellos un paso atrás de su posición, mientras no dejan de infamar y denigrar al prójimo, no importe el grado de vecindad (a menudo tampoco de familiaridad), acusando a todo quisqui de extremista, intolerante, atrasado y otras muchas cosas menos confesables, habrá que reconocer que la tolerancia, ese pequeño detalle imprescindible para convivir con un mínimo de paz, baja escandalosamente.
¿Ejemplos? Los periódicos.
Porque si usted no teme caer en una morrocotuda depresión, abra algunos de ellos. Siempre y cuando su fortaleza de aguante, paciencia y comprensión hacia los exaltados la haya comprobado previamente.
Enseguida comprobará la cantidad de reyezuelos que hay a su alrededor.
Tenemos a ese prototipo de regidor, que arrapando, por quince votos de diferencia, por ejemplo, consigue el título de alcalde. Y acto seguido, olvidando que la mitad de la población no estuvo de acuerdo con su programa político, comienza a hacer y deshacer a su antojo, entendiendo que la vara de mando se lo permite. ¡Es la autoridad! Y que nadie se atreva a insinuar lo más mínimo, porque el acoso a la autoridad está duramente castigado.
Y si hay que dirimir las discrepancias en el juzgado, una de las dos partes no tardará en tildar al juez de fascista, corrupto y cosas por el estilo.
Porque, ¿aceptar el veredicto? ¡Qué cosas! Hombre, si me favorece, aún, aún, pero en caso contrario, de todas, todas, será una injusticia.
Y enfadado, porque a ojos del desleal la sentencia fue ilegal; porque ha sido víctima de un estado infecto y corrompido; porque a muchos otros, principalmente los amigos del juez y los muy potentados las sentencias siempre les benefician, por todo eso, ese inconformado se siente con el derecho de negarse a contribuir con sus obligaciones. Como es, por ejemplo, a ser honesto en la declaración de la renta.
Envuelto en esa capa de reyezuelo del reino de su persona, se considera con todo el derecho a tomar sus propias decisiones sin necesidad de dar más explicaciones a nadie. Y añadirá:
“Porque los demás son unos cafres que no quieren entender mis razones”.

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