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viernes, 10 de febrero de 2012

GUARDAR TURNO (Salvador Moret)


Seguramente que a usted no le es desconocido el hecho, porque lo más probable es que lo haya presenciado y vivido en más de una ocasión.
Y casi con toda seguridad, también se habrá irritado usted por ello.
Suele suceder en los despachos de atención al público, del estado o privadas, no importa, aunque tal vez en las primeras duele más.
Tomemos como ejemplo algo tan sencillo como pagar un recibo en una oficina bancaria. Usted llega antes de las nueve y media, porque ayer ya le advirtieron que para pagar recibos tenía que volver otro día antes de las diez.
Pero delante de usted, casualmente, esperan su turno otras cinco personas, y usted, que ha dejado el coche en doble fila pensando que eso de pagar un recibo era cuestión de coser y cantar, es decir, entrar, pagar y salir todo en un cerrar de ojos, al ver a los otros cinco guardando cola, comienza a ponerse nervioso y a mirar el reloj que pende de la pared detrás de la joven cajera.
Los minutos van pasando, ni más lentamente ni más deprisa que otras veces, claro está, aunque a usted en esos momentos le parezca que se eternizan. Entre tanto, a la joven cajera, precisamente hoy no le cunde el trabajo, porque parece que lo haga más lentamente que nunca. Y, por si eso fuera poco, el joven que está en la ventanilla la está entreteniendo, y vaya usted a saber qué le estará contando que tarda tanto.
Y usted llega a creer que la joven cajera, ajena al nerviosismo que muestran los clientes que esperan, no tiene conmiseración con ninguno de ellos.
Usted, que ha contagiado a las otras cinco personas que esperan delante de usted, o, qué más da, tal vez sea al contrario, el caso es que ya nadie está quieto. Se mueven, soplan, taconean el suelo, se giran, miran al techo, al reloj, resoplan… por fin, aquel joven de la ventanilla ha terminado.
Pero aún quedan cuatro delante de usted. A este ritmo, la multa es casi segura. En eso, un claxon suena con estridencia. Alarmado, usted sale corriendo… pero en esta ocasión no es su coche el que impide a otro sufrido conductor salir de su estacionamiento.
De regreso a la cola, una señora mayor se ha añadido a ella, y usted, respirando hondo para mantener la calma, con buenas palabras le advierte que él estaba delante. Le sigue un cruce de palabras un tanto subidas de tono, hasta que la joven que está delante acredita que, efectivamente, el señor estaba detrás de ella.
A regañadientes, el conato de enfado se apacigua.
Pero los minutos, implacables, siguen avanzando, y la irritación se encrespa y llega a hacerse insoportable cuando usted observa que tres empleadas más del banco, sentadas a sus mesas, sin mostrar el más mínimo interés por los clientes que esperan, como si ellas no tuvieran nada que ver con la empresa que les paga el salario a final de mes gracias a los clientes que llegan a la ventanilla, telefonean, ríen, se comentan sus cuitas…
Impotente, usted se sube por las paredes.
Y a usted, que en esta ocasión se ha librado de una multa, no se le ocurra entrar en un ayuntamiento, porque a la hora de mayor ajetreo es posible que se encuentre la ventanilla cerrada porque la responsable se ha ido a tomar café. 

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