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domingo, 9 de octubre de 2011

TRAPICHEOS (Salvador Moret)

La sexualidad y la iglesia se llevan muy mal. Pero no siempre ha sido así, a pesar de que no se hable de ello.
Al menos oficialmente todo lo que tenga que ver con el tocamiento, y no sólo, sino también con el pensamiento, es un gran pecado.
Y seguramente, por aquello de evitar el desmadre, la iglesia tiene motivos para exponerlo como pecado. Pero como todo lo que acomete el hombre o no llega o se excede, también los hombres de la iglesia no han podido dictar resoluciones perfectas, y han actuado y promulgado leyes según las épocas y las circunstancias.
También actualmente salen a la luz comportamientos abominables de ciertos padres de la iglesia, lo cual solo demuestra que la sexualidad es una necesidad fisiológica del hombre, y que reprimirla no siempre es adecuado. Probablemente, si los sacerdotes pudieran convivir con su mujer sin tener que ir escondiéndose, al menos algunos de ellos, no tendrían que recurrir al pecado.
¿Y quién dicta qué es pecado y cuándo es pecado? Los hombres, por supuesto.
Y en otro orden de cosas están los abusos con menores, condenables si los comete un seglar, pero si lo comete un eclesiástico, amparado por su posición, es odioso.
Pero todo esto no es nuevo. Existe desde que existe el hombre. Y sabemos que la iglesia, con los años ha ido adaptándose a las reglas del mercado como si lo que ofrece semejara a cualquier producto de moda. Con la diferencia, naturalmente, que su oferta no es de temporada sino eterna.
Porque actualmente – no desde ayer, se entiende – los sacerdotes no pueden vivir con una mujer, cuando ha habido épocas, lejanas y no tan lejanas, que no solamente han tenido una mujer oficialmente, sino que han tenido hijos, y hasta los ha habido que además también mantenían concubinas.
Y, ¿quién duda que llegará un día, y no precisamente muy lejano, que la iglesia permita casarse a los sacerdotes?
Y también, ¿quién duda que pronto la iglesia admita la convivencia de dos jóvenes antes de llegar al matrimonio?
Aparecerán voces razonables y convincentes para que todos lo vayan asumiendo como si tal cosa. Y para que nadie se escandalice.
Lo exige la ley del mercado. Y cuando estos principios, hoy gran pecado, se materialicen, el pecado habrá dejado de existir.
Es el gran problema al que se enfrentan los creyentes. Es cierto que existen aspectos muy loables en la iglesia, pero otros no lo son tanto. Y lo triste es que con sus preceptos condicionan al hombre a unas normas de vida que, tal vez, dentro de unos años la misma iglesia permita lo que hoy prohíbe.
Son trapicheos propios del ser humano.

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