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viernes, 16 de agosto de 2013

EL CHIVATO por Salvador Moret

No es un personaje el chivato que pueda vanagloriarse de serlo. El chivato, también llamado soplón, aunque no es exactamente lo mismo porque hay matices que lo diferencian, está mal visto, criticado y hasta menospreciado. Y, sin embargo, muchos pecamos de ello, a veces inconscientemente, a veces con cierta malicia, y otras veces por vanidad. Eso de ser el primero en dar una noticia viste mucho.
Y a pesar de estar mal visto, viene una ministra a pedirnos que trabajemos para ella en el puesto de chivato. Sin remuneración alguna, por supuesto.
Que esta ministra sea miembro de un partido político demuestra que también ellos son humanos, porque igual que un futbolista compite hoy contra los que ayer eran sus compañeros, o un vendedor pasa a vender el producto que ayer era su feroz competencia, los políticos alternan de progres a moderados o viceversa sin mayores trastornos de conciencia. Y es que en la práctica, el ciudadano no advierte diferencias.
Es su profesión, y si pueden incrementar sus ingresos, igual que el futbolista o el vendedor, ¿por qué no van a poder cambiar a la competencia?
Quiero decir con ello que igual podría ser un ministro del ala progresista o conservadora quien deseara contratarnos para ese puesto no remunerado de chivato.
Así, sin pagar salarios, cualquiera puede emprender un negocio.
Esta petición de denunciar al infractor – que no exigencia, al menos por el momento, aunque con el tiempo todo es posible – la ministra nos la presenta casi como un deber de ciudadano, porque el defraudador – nos dice la ministra – nos perjudica a todos.
Y es cierto, nos perjudica a todos. Lo que se calla la ministra es la coletilla de “no a todos por igual”.
Reconoceremos, no obstante, los rasgos humanos de la ministra. Porque, ¿a quien se le escapa que la acción de pedir es muy humana? Y es que, aunque tengamos el buche lleno, no solemos hacer ascos a lo que podamos añadir sin coste alguno.
Como decía, la ministra nos invita a hacer un trabajo sin remunerar, ¡qué desfachatez! ¡Si para eso ya tiene a sus empleados, que cobran y no poco, y además dispone de un enjambre de enchufados, llamados asesores, que podrían salir a la calle y producir!
Pero lo más triste de este asunto está más allá de la cuestión económica. Porque no nos olvidemos, llevamos trece años del siglo veintiuno, y esas prácticas del chivatazo fueron famosas en el siglo pasado y llevadas a cabo por regímenes autoritarios, despóticos y tiranos.
El olvido es otro rasgo humano de la ministra. Se olvida que esos hábitos de espionaje, practicados hasta en el seno de las familias, eran propios de las dictaduras; y la ministra, dejándose llevar de ese pronto humano, nos incita a denunciar a esos amigos, vecinos o familiares que trabajan para mal vivir sin pagar impuestos, tal vez porque si los pagaran tendrían que vivir mucho peor que mal.
Puede parecer injusto que mientras unos pagan impuestos, otros no lo hagan, es posible, pero más injusto parece que muchas familias hayan trabajado toda su vida, hayan ahorrado cuatro perras y lleguen a la vejez y, por despilfarros de los políticos, leyes arbitrarias y corrupción desbocada, se vean abocados a la miseria.

La señora ministra, si quiere chivatos, debería comenzar por denunciar los desmanes que seguramente se acumulan dentro de casa.

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