No es un personaje el
chivato que pueda vanagloriarse de serlo. El chivato, también llamado soplón,
aunque no es exactamente lo mismo porque hay matices que lo diferencian, está
mal visto, criticado y hasta menospreciado. Y, sin embargo, muchos pecamos de
ello, a veces inconscientemente, a veces con cierta malicia, y otras veces por
vanidad. Eso de ser el primero en dar una noticia viste mucho.
Y a pesar de estar mal
visto, viene una ministra a pedirnos que trabajemos para ella en el puesto de
chivato. Sin remuneración alguna, por supuesto.
Que esta ministra sea
miembro de un partido político demuestra que también ellos son humanos, porque
igual que un futbolista compite hoy contra los que ayer eran sus compañeros, o
un vendedor pasa a vender el producto que ayer era su feroz competencia, los
políticos alternan de progres a moderados o viceversa sin mayores trastornos de
conciencia. Y es que en la práctica, el ciudadano no advierte diferencias.
Es su profesión, y si pueden
incrementar sus ingresos, igual que el futbolista o el vendedor, ¿por qué no
van a poder cambiar a la competencia?
Quiero decir con ello que
igual podría ser un ministro del ala progresista o conservadora quien deseara
contratarnos para ese puesto no remunerado de chivato.
Así, sin pagar salarios,
cualquiera puede emprender un negocio.
Esta petición de denunciar
al infractor – que no exigencia, al menos por el momento, aunque con el tiempo
todo es posible – la ministra nos la presenta casi como un deber de ciudadano,
porque el defraudador – nos dice la ministra – nos perjudica a todos.
Y es cierto, nos perjudica a
todos. Lo que se calla la ministra es la coletilla de “no a todos por igual”.
Reconoceremos, no obstante,
los rasgos humanos de la ministra. Porque, ¿a quien se le escapa que la acción
de pedir es muy humana? Y es que, aunque tengamos el buche lleno, no solemos
hacer ascos a lo que podamos añadir sin coste alguno.
Como decía, la ministra nos
invita a hacer un trabajo sin remunerar, ¡qué desfachatez! ¡Si para eso ya
tiene a sus empleados, que cobran y no poco, y además dispone de un enjambre de
enchufados, llamados asesores, que podrían salir a la calle y producir!
Pero lo más triste de este
asunto está más allá de la cuestión económica. Porque no nos olvidemos,
llevamos trece años del siglo veintiuno, y esas prácticas del chivatazo fueron
famosas en el siglo pasado y llevadas a cabo por regímenes autoritarios,
despóticos y tiranos.
El olvido es otro rasgo
humano de la ministra. Se olvida que esos hábitos de espionaje, practicados
hasta en el seno de las familias, eran propios de las dictaduras; y la
ministra, dejándose llevar de ese pronto humano, nos incita a denunciar a esos
amigos, vecinos o familiares que trabajan para mal vivir sin pagar impuestos,
tal vez porque si los pagaran tendrían que vivir mucho peor que mal.
Puede parecer injusto que
mientras unos pagan impuestos, otros no lo hagan, es posible, pero más injusto parece
que muchas familias hayan trabajado toda su vida, hayan ahorrado cuatro perras
y lleguen a la vejez y, por despilfarros de los políticos, leyes arbitrarias y
corrupción desbocada, se vean abocados a la miseria.
La señora ministra, si
quiere chivatos, debería comenzar por denunciar los desmanes que seguramente se
acumulan dentro de casa.
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