Nunca me ha gustado la
expresión “derechos de autor”, y la verdad es que no sé muy bien por qué. O tal
vez sí, pero inconscientemente. Creo que es por eso de derechos, palabra que me
repele, y que de pronunciarla tan a menudo y para tan diversos motivos ha
llegado a perder el significado de su origen.
Los derechos de autor es una
más de esas variedades, que por cierto, tampoco me gusta la existencia de la
sociedad de autores ni lo que defiende.
¡Qué es eso de derechos de
autor! O mejor expresado sería: ¿por qué unos autores sí, y otros no?
Me parece que esos derechos
son más bien privilegios; derechos creados, que aquellos que se benefician
callan y van viviendo; los perjudicados directamente, con la pistola ante sus
narices, callan y van pagando; y los demás, que no se enteran ni lo pretenden,
no opinan.
En realidad, los derechos de
autor es un club para intelectuales, o así se cree. Es una variedad con grandes
y pertinentes diferencias, por supuesto, de lo que significan las patentes, que
tiene mejor justificación como recompensa por el esfuerzo, tiempo y capital
invertido.
Pero el intelectual, que
también invierte esfuerzo y tiempo, lo que significa capital, tiene su
recompensa con la divulgación de su obra, como el industrial con la venta de su
producto, por lo que la sociedad de autores debería vigilar que no se cometiera
plagio, pero quedar ajena a cobros y repartos de dineros.
Y esa es la gran cuestión,
el dinero.
Porque si de premiar la
originalidad se trata, esta sociedad de autores debería acoger también a todos
aquellos que lanzan al mercado una innovación, sea cual fuera el producto.
Pensemos, si no, en ese diseñador de moda que ha construido un sillón para que
en las sesiones de televisión nos sintamos más cómodos.
Si nos paramos a pensar, la
lista de artículos es larga, pero a excepción de los intelectuales, los demás
quedan excluidos. Algo injusto, ¿no le parece? Porque es una discriminación.
Y uno se pregunta, ¿qué
tendrán los intelectuales? ¿No será que ese privilegio les viene de tiempos
pasados cuando el mundo era muy diferente, cuando las condiciones de vida en
absoluto se parecían a las actuales, y que en aquel entonces esa dispensa,
posiblemente, tuviera razón de ser?
El mundo progresa y los
intelectuales siguen anticuados, con hábitos de un pasado que se ha quedado
obsoleto, pese a que ellos se definen vanguardistas.
No cabe duda que a día de
hoy, el club de intelectuales que defiende los derechos de autor todavía sigue
vigente con una tradición arcaica solo por desinterés de unos e intereses de
otros. O dicho de otro modo, porque para muchos es más cómodo mirar a otra
parte, y simplemente por la indolencia de la mayoría, que no se atreve a
denunciar que esos derechos están fuera de lugar porque el club ha quedado
convertido en un poder abusivo que solo beneficia a unos pocos.
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